viernes, 28 de febrero de 2014

Antonio Salinas en la memoria

                                                              Augusto Rubio Acosta

Treinta años después de haber visto la luz en su versión primigenia, la segunda edición de ‘El bagre partido’, libro de cuentos de Antonio Salinas -un clásico de las letras en Chimbote- llegó a nuestras manos. A pesar de su condición de libro de culto, la primera impresión que nos produjo la noticia de que el volumen había vuelto a circular, fue de gratitud por el esfuerzo editorial que ello significa; de nostalgia, por las hermosas tardes vividas durante su lectura –los primeros días del siglo- en la desaparecida Biblioteca Municipal de los altos del Mercado de peces (debería ser de pescados); también de reivindicación y justicia, por lo que el breve legado literario de su autor significa.
De ‘El bagre partido’, colección de cuentos escritos bajo la influencia del boom latinoamericano, recordamos en particular ‘Los ataúdes de mi padre’, ficción que recrea la masacre del puente Gálvez, acontecida el 14 de junio de 1960, hecho histórico originado por las protestas masivas de la masa trabajadora contra el alza del costo de vida. El cuento aborda el alma migratoria de sus protagonistas, la falta de empleo y la incertidumbre que genera el miedo a la represión; el autor se encarga de que el cuestionamiento a la violencia política, social, militar y estructural se conjugue con la esperanza, entregándonos una historia conmovedora, inolvidable, de alta calidad narrativa.
Pero los cuentos de Salinas, publicados también en ‘Verdenegro alucinado moscón’, edición póstuma del año 2000, no son lo único valioso que nos dejó el autor de ‘El bagre partido’. Su incursión en la crónica, en tiempos en que los autores estaban mayoritariamente convencidos que quienes escribían no ficción no merecían el calificativo de escritores, es un asunto necesario de rescatar, destacar, otorgarle el valor que merece. En ‘Embarcarse en la nostalgia’ (1999), volumen póstumo que reúne las historias más íntimas y entrañables que escribió el autor remitiéndose siempre a Chimbote como punto de partida o de llegada, Salinas entrega a los lectores y a nuestra historia una ciudad que ya no existe, deja constancia de su interminable itinerario viajero por los cuatro continentes, de sus preocupaciones y nostalgias. El libro peregrina por el Petén y Norteamérica, llega a Tortugas y se instala en el puerto de los años cincuenta, recorre el barrio Progreso y el camal de la avenida Gálvez, nuestra esencia y más pura idiosincrasia.
El aporte narrativo de Salinas, a partir de ‘El bagre partido’, es incuestionable; sin embargo, poco o nada se ha dicho de sus crónicas, tarea pendiente desde hace décadas, vacío necesario de llenar para entender mejor el proceso literario y cultural del puerto. La crítica, en ese sentido –sobre todo a nivel local- se encuentra en deuda.
Con Antonio Salinas nunca nos vimos, jamás conversamos. Mi llegada con retraso a Isla Blanca, el tardío retorno al puerto, no impidió -sin embargo- que haya podido leer sus crónicas publicadas en ‘Altamar’ durante la década de los noventa. En Chimbote casi nadie ha leído ‘El bagre partido’ o alguno de sus otros libros, títulos que hacen la fortuna de pocos lectores, volúmenes que en muchos casos han decidido el curso de sus vidas.

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