domingo, 4 de agosto de 2013

Con Jaime Guzmán en la FIL 2013

Augusto Rubio Acosta

Estupenda y hondamente entrañable la noche del viernes último en la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL 2013). El homenaje a Jaime Guzmán Aranda, legendario editor, poeta y canillita cultural de Chimbote no pudo ser más emotivo, sobre todo porque estuvimos rodeados de una considerable cantidad de portuarios que llegaron al auditorio César Vallejo para reencontrarse consigo mismo, con sus coterráneos, con la esencia de la ciudad de novela que hace buen tiempo forjamos, con la urbe alucinada que nos ha visto nacer y que algunos bibliófilos extrañan demasiado (incluso habitando en el puerto mismo). 
En determinado momento, la sala más grande del campo ferial estuvo completamente abarrotada. Estaba hablando Fernando Cueto (novelista de polendas surgido de las canteras de Río Santa Editores), cuando de pronto -uno a uno- empezaron a sucederse en las retinas de los presentes imágenes de los tiempos dorados y los años idos junto a Jaime en las incontables actividades y 'descabellados proyectos culturales' que se enhebraron en favor de la lectura. Ahí estaba Oswaldo Reynoso rememorando las marchas y mítines literarios en la ciudad de Juan Ojeda; ahí estaba el autor de 'En Octubre no hay milagros' para exhortar a los presentes al minuto de silencio en memoria de quien fuera el poeta, el editor, el orate amigo de la séptima cuadra del jirón Pizarro.
Tantos años de libros y mesas librescas, una vida de ferias, talleres y recitales sin nombre, para que la noche del viernes último nos sintiéramos como durante nuestra primera vez ante el gran público: con el fervoroso calor de la gente que llegó a la FIL 2013 porque sentían -como nosotros- que teníamos un compromiso de honor con Jaime Guzmán, con su legado y su memoria, con Marina -su esposa- y con toda su familia, con esa atmósfera íntimamente portuaria que los chimbotanos sentimos cuando la tierra llama y se inflama entonces el pecho orgulloso de tanta brisa, de lluvia, de tanto mar.
Agradecer al Centro Cultural Centenario y a la Cámara Peruana del Libro, por invitarnos a participar de la mesa de honor y por hacer posible el necesario homenaje y reconocimiento a un hombre que llevó la literatura en la piel y que a lo largo de su vida (de múltiples e infinitas formas) entregó todo por ella. A los que aún sobrevivimos, nos queda ahora el enorme reto de hacer posible la ciudad letrada, la urbe lectora que todo el tiempo soñamos.

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