sábado, 27 de abril de 2013

En defensa del arte: reflexiones sobre el pequeño artista que vive en casa



Augusto Rubio Acosta

Desde hace días, cierto pensamiento y reflexión me persiguen. El hecho de que la profesora y la psicóloga de mi pequeño Josemaría, habitante de un aula de educación inicial (5 años), se hayan referido a su ‘falta de atención y comprensión’ durante las horas de clase y atribuyan el hecho a que el niño está sobre estimulado en diversas actividades lúdicas y artísticas, dejando expresa la ‘necesidad de apartarlo’ de las mismas para que no lo distraigan de la parte ‘académica’ ni se genere en él ansiedad por dibujar, pintar, escuchar música, otra vez pintar, de nuevoescuchar música, y tantas cosas más que le fascinan (que son su vida), me ha hecho recordar cierta lectura con las primeras reflexiones sobre la educación de la época moderna.
En Pensamientos sobre la educación’ (1693), John Locke advierte a los padres sobre la ‘necesidad’ de luchar contra la tentación de fomentar en sus hijos la vocación poética y mucho menos permitirla si ésta ya se ha presentado o desarrollado espontáneamente: ‘los padres deberían poner el mayor celo en ahogar y reprimir esa disposición poética tanto como pudiesen; no veo por qué un padre habría de desear convertir a su hijo en poeta, correr el riesgo de inspirarle repugnancia por las ocupaciones y los asuntos de la vida’. Locke señala el ‘peligro’ que -según él- implica dedicarse a los versos y a las ensoñaciones, ‘porque existe la posibilidad de convertirse en un inútil ante los trabajos serios y desafíos rentables que nos plantea la vida’. Además –insiste- ‘lo más probable es que nos lleve (o lleve a nuestros hijos) a frecuentar ciertas compañías más bien desastradas e impropias de un verdadero gentleman’.

El arte es para los niños (aunque jamás lo entiendan ‘profes’ ni psicólogas de turno) el medio de expresión que utilizan naturalmente y en forma de juego, constituye el camino para volcar sus experiencias, emociones y vivencias diarias. Hay niños que muchas veces se expresan gráficamente con más claridad que en forma verbal, siendo una actividad de la que disfrutan enormemente. Es el caso de mi pequeño Josemaría, quien satisface sus necesidades transformando objetos y hechos de la realidad y de la fantasía por medio del dibujo, de la pintura, de los papeles recortados y de las plastilinas; su conducta (para su plena realización) necesita del más alto grado de libertad interna y externa con respecto a él mismo y a quienes lo rodean. Por eso es importante dejarlo ser, invertir esfuerzo en ello.
¿Por qué suena imposible que quienes sienten fervor artístico puedan acercarse al bullir colectivo de la existencia que compartimos en lugar de alejarnos de ella?, ¿por qué pensar que el artista se desinteresará siempre de los asuntos de la práctica cotidiana y sentirá repugnancia por las ocupaciones que nos impone la vida? La disposición artística puede ser cívica, pero también civilizadora; puede llevarnos a frecuentar compañías ‘bohemias’ y pluriculturales que quizá alarmen a los gentleman, pero que poblarán de cultura y de verdades los rincones de nuestra obra, de nuestras vidas.
Quizá algún día el pequeño Josemaría lea estas líneas y se reconozca, se descubra en ellas. Quizá algún día se dedique al mundo ‘académico’ que le exigen en la escuela, quizá no; quizá la antropología, la observación social, las exigencias y contradicciones de la política, el derecho, la ingeniería, las ciencias naturales, sean lo suyo. Quizá en el futuro sea solo como su padre: un simple capitán de empresas de creación artística colectiva que marque su fecundo rumbo personal (ojalá el de su tiempo). Quizá algún día se entere del pirañita de John Locke y su temor de que los sueños poéticos desviasen la educación de sus propósitos ‘más útiles’. Quizá sus ‘profes’ nunca sean educadores de estilo hondo y ancho, de los que emplean los sueños de los más pequeños como una vía para desvelar y no para adormecer, para hacer nuestra realidad más clara y menos borrosa. Quizá haya que esperar cierto tiempo escuchando a The Beatles para ver qué ocurre, para constatar qué aflora de un niño que hoy solo tiene cinco años y una pasión desbocada y natural por las artes plásticas. Mientras, sus padres atentos lo apoyamos en el largo camino donde se enhebra la urdimbre de la que estamos hechos los seres humanos.

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