domingo, 17 de febrero de 2013

Ser libres para crear, para pensar, para opinar distinto



Augusto Rubio Acosta
 
En las aulas, los maestros repetían con insistencia que las sociedades se construyen desde diferentes enfoques y pensamientos, desde diferentes grupos de pertenencia, y que en ello residía el valor principal del periodismo. En las aulas nos enseñaron que sin libertad de expresión no podría existir democracia y que el mejor ejemplo de ello era el momento que los peruanos vivíamos. Corrían los primeros años de la aciaga década del noventa y la dictadura fujimorista se encargaba de castrarlo todo y maquillarlo hábilmente. A quienes fuimos entonces noveles estudiantes de una universidad tomada por asalto por el Ejército Peruano nos quedó entonces muy en claro que mientras viviéramos entre dos fuegos (el Estado y la subversión manifiesta) debíamos poner énfasis en nuestra formación humana y ética a toda costa, en aprehender de cualquier forma los elementos y las herramientas que nos permitieran poner los valores del periodismo al servicio de la sociedad, porque ésta lo estaba necesitando a gritos, en forma desesperada.

La universidad se convierte entonces en un espacio para comprender cómo se constituyen las sociedades democráticas; en el ideario de la misma debería reinar la libertad de expresión entre todos los miembros de la academia y en todos los temas, no sólo en la libertad de expresión propiamente entendida como tal (estoy hablando de la prensa), sino sobre todo en el ser libres para crear, para pensar, para opinar distinto y aún así poder trabajar mancomunadamente como equipo. La constitución de las sociedades  democráticas se construye de esa forma y el periodismo cumple aquí un rol esencial. El día que se acabe el verdadero periodismo, se acabará la democracia e ingresará la dictadura. No habrá nadie ya que defienda al ciudadano, nadie que se constituya en la voz de los que no tienen voz, todo estaría perdido.

La maldita TV


 Augusto Rubio Acosta

En sociedades como la nuestra, en las que el televisor es considerado más importante que una cocina o que cualquier otro artefacto doméstico, al punto de que en promedio existen dos cajas bobas (mal llamados televisores) por familia peruana, y un alto porcentaje de las mismas está colocada en la sala de los hogares y en el dormitorio, el camino para fomentar el hábito de la lectura entre los niños (obviamente con escaso o nulo control parental), se hace más difícil y tortuoso.

El asunto de la TV es extremadamente grave, porque además de ir a la escuela la principal actividad de los niños y adolescentes peruanos es ver televisión (1277 horas al año, en contraposición a las 1200 horas anuales que los más jóvenes ocupan en las aulas). En sociedades en que el mercado de la televisión por cable se expande en Lima y provincias (con una oferta mínima de contenidos de calidad para niños y adolescentes en la pantalla nacional), la caja boba domina hasta los momentos más íntimos e importantes de las familias.

¿Qué hacer para frenar una realidad apabullante como ésta?, ¿cómo evitar que los días que no hay clases, la mayoría de niños (95%) se dedique a ver televisión?, ¿cómo contrarrestar su influencia hasta en las conversaciones familiares durante el almuerzo?

La respuesta es sencilla y la tenemos todos al alcance: con voluntad, con firmeza y con perseverancia. Desterrar la televisión de la vida de nuestros niños resulta altamente saludable, sobre todo porque el tiempo antes destinado a ello será empleado en leer, dibujar, escribir, jugar e interactuar con la familia. Más allá de la TV hay otro mundo, uno mejor que muchos se niegan a verlo. Tú decides.  

Jerónimo Pimentel: “escribir es una aventura, un ejercicio de persistencia”


Entrevista a Jerónimo Pimentel, el autor de 'La ciudad más triste'
Marco Zanelli

Llamémosle Jerónimo Pimentel. Estudió periodismo en la Pontificia Universidad Católica del Perú y ha publicado los poemarios Marineros y boxeadores,  Frágiles trofeos, La muerte de un burgués y el libro de prosas La forma de los hombres que vendrán por Matías P. Delgado. Su último libro publicado por Alfaguara¸ La ciudad más triste, es –a los ojos de este modesto escribidor— la mejor novela del año que se fue en Perú. Desde la mirada de Herman Melville, el autor recrea una Lima de salvajismo omnímodo, imperante desde su política hasta su modus vivendi. Pimentel nos habla de ella y de otros asuntos.

Quiero empezar por Melville. ¿Consideras que Melville es prescindible para una lectura de tu novela? Es decir, ¿se puede leer "La ciudad más triste" sin necesidad de haber recurrido antes a “Moby Dick”?
Sí, por supuesto. Toda obra tiene diferentes lecturas y la novela solo se hace en la medida que el lector la completa con sus afectos, sus experiencias y su imaginación. Quien no haya leído Moby Dick tendrá un tipo de resonancia, y quien la haya leído encontrará otros ecos. 'La ciudad más triste' no es un acto de imitación, y por tanto no es necesario conocer el "original". Dicho esto, debo agregar que nada me gustaría más que la novela funcione como una invitación a Melville.


Entonces, de alguna forma quizá subrepticia, le dices al lector: ahora puedes leer a Moby Dick. ¿Se podría considerar así?

No, en absoluto. No se trata de "ahora puedes" o "ahora no puedes". No planteo esos términos. Mi novela es un ensayo sobre Lima y un homenaje a Melville. Nada más que eso.
 
¿Este homenaje a Melville es algo que siempre has buscado o se cumple únicamente con "La ciudad más triste”?
No, es algo de lo que vengo dejando rastro desde mi primer poemario, 'Marineros y boxeadores'. Y de hecho, la novela inicia con un poema que figura en mi segundo libro, 'Frágiles trofeos'. Uno va pagando sus deudas literarias de esta manera, hasta que se hace inevitable asesinar al modelo, al acreedor. Esa ha sido mi intención con 'La ciudad más triste'.

Y aún esos resabios poéticos se pueden notar en la prosa. Este lenguaje, ¿se podría definir como tu voz narrativa o consideras que es una voz prestada, una voz a la que has tenido que recurrir porque el que tenía que decir las cosas era Melville?
No creo tener una sola voz narrativa, ni una sola voz poética. Creo que un escritor, o al menos en mi caso es así, tiene muchas voces para distintas necesidades expresivas o urgencias. Todas son mías o todas son prestadas, da igual.

¿Pero has procurado tener quizás un estilo más cercano al de los escritores decimonónicos para hacer más creíble esta historia?
De alguna manera, pero entramos ya a un terreno, a mi entender, libre. Borges decía que le gustaba escribir cuentos del pasado porque nadie sabe cómo hablaba la gente en el pasado, entonces era más libre de inventar; la oralidad dejaba de ser un problema. De alguna forma, he querido que en 'La ciudad más triste' se mantenga cierto espíritu 'melvilleano', algunas marcas formales (galicismos, referencias bíblicas, etc.), pero no mucho más. Como te decía antes, no es mi intención hacer un acto de imitación real, porque de ser así debería haber escrito en inglés decimonónico. La novela, en un punto, encuentra su propio lenguaje, y es en la consistencia de ese lenguaje donde se hace creíble y verosímil.

¿Has tenido problemas con ese tratamiento del lenguaje? Hay escritores que le encuentran mucha facilidad como Alfredo Bryce.
¿A qué te refieres exactamente?

A cuál es tu sensación frente a ese lenguaje, ¿te cuesta mucho escribir conforme vas avanzando en tus ambiciones literarias o cada vez lo encuentras más fácil?
No, no me cuesta escribir. De hecho disfruto mucho el proceso de encontrar un lenguaje, porque solo hay un lenguaje que permite expresar la emoción o contar la historia que necesitas relatar en cada caso. Es prueba y error. Vas viendo qué funciona y qué no. Y en ese lapso hay hallazgos y fracasos, hay descubrimientos y decepciones, hasta que encuentras el filón. Escribir es una aventura, un ejercicio de persistencia.

En "La ciudad más triste" leemos la evocación de un salvajismo omnímodo, que parece poblar casi toda Lima, ¿crees que aparte del cielo de Lima, eso es lo que la convierte en algo con mayor melancolía?
Sí, es una ciudad salvaje, que se hizo a punta de golpes y melancolía, como bien dices. Es una ciudad donde la moneda de cambio es el odio, con problemas identitarios, con una fuerte tendencia a no reconocerse a sí misma, que por lo general trata terriblemente a sus mejores hijos y que tiene una relación conflictiva con su entorno. Todo eso, a mi entender, alimenta una añoranza por la "arcadia colonial" de la que habló Salazar Bondy, en 'Lima, la horrible'. ¡Aún hasta hoy!

Ese salvajismo no ha cambiado mucho entonces. ¿Crees que no hay mucha diferencia entre la Lima de Melville y la Lima actual?
Creo que de alguna manera perversa es la misma ciudad, que alienta los mismos comportamientos. Pero de otra, y esto a la luz de los procesos de migración de las últimas décadas, tengo claro también que Lima ha muerto. La capital está en franco camino a ser otra urbe, una que aún no conocemos.

Aparte del salvajismo, también hay un plano onírico en la novela. Quizás temas de desdoblamiento, que podrían decirse fantásticos si no los considerásemos sueños. ¿Es una forma de contrapesar esa realidad salvaje?
Depende de cómo lo leas. Una forma de verlo es que la novela necesitaba un balance entre su hiperrealismo y un correlato onírico. Otra forma de verlo es que la acentuación de ese hiperrealismo genera un estado febril en el que la realidad se deshace y abre otro plano.

Pasando a tu papel de escritor o poeta. ¿Crees en esos compromisos sartreanos con la sociedad o piensas que se puede prescindir de ello? ¿Te sientes un escritor comprometido?
Creo en los compromisos ciudadanos. Creo que el escritor, como todo ciudadano, tiene el derecho de generar discursos críticos y políticos acerca de su realidad comunitaria. Asumo también que por hacer una labor intelectual, el escritor tiene en teoría más recursos para realizar estos acercamientos. Y sin embargo, eso no es cierto. Hay una cantidad enorme de escritores con una facilidad espantosa por decir tonteras. Una idea no vale por su origen, por quien la enuncia, sino por la calidad de sus argumentos.

¿Consideras alguna reminiscencia de Hora Zero circunscrita en tu estética? ¿O solo contribuyó a formarte como poeta por el ambiente familiar tan cargado de poesía?
Hora Zero ha sido fundamental en mi formación como escritor, no solo por el disfrute de sus obras, sino por su postulado teórico, el poema integral. Plantear que el poema es una fuente donde, desde lo poético, se pueden conciliar todos los discursos y estéticas, te permite crear una poesía libre y desacomplejada. Por supuesto, mi formación no se ha circunscrito a HZ, quiero decir, mis padres no han formado a un militante, sino a un hombre. Leo a Vallejo y a Eguren, a Eielson y a Varela, a Hinostroza y a Cisneros, a Calvo y a Morales, a los poetas de Hora Zero, por supuesto, pero también a Watanabe, Montalbetti, etc.

Fotografía de Jerónimo Pimentel:  Deborah Valença.

jueves, 14 de febrero de 2013

Cultural es siempre el camino



Augusto Rubio Acosta

En tiempos en que los sectores gubernamentales de las regiones del país deciden orientar el destino de la mayoría de fondos regionales hacia obras públicas mal hechas, construcciones innecesarias, corrupción y lucha contra el ciudadano que fiscaliza y desea cuentas claras respecto al erario que le pertenece a todos, nadie habla de combatir la pobreza por medio del fortalecimiento cultural, la reducción de las diferencias sociales y la creación de fuentes de empleo.

Nuestra región necesita fortalecer e impulsar a todos los actores en el ámbito cultural, incluyendo las industrias creativas que constituyen uno de los sectores más dinámicos de nuestra economía, y que son generadoras de empleo y riqueza. El papel de la cultura en todos los sectores del desarrollo (comercio, economía, educación, ciencia, tecnología y turismo) debería ser prioritario de cara a la formulación de políticas de desarrollo sostenible.

La integración social por medio de la cultura es otro factor que no es tomado en cuenta. Facilitar el intercambio de información sobre políticas culturales, divulgar la información especializada sobre este sector, y promover y recolectar datos sobre las políticas culturales de otras regiones y países, contribuye con la creación de indicadores y nos vincula a todos. Es un asunto impostergable que debemos promover de manera urgente.

La necesidad de capacitarse en gestión cultural


 Augusto Rubio Acosta

La capacitación en cultura se ha convertido en una necesidad estratégica no solo en nuestra ciudad sino en cualquier ciudad del país, porque es esencial para la construcción de poder en el sector. Fortaleciendo la capacidad de decisión cultural, los agentes culturales buscarán aumentar su espacio de influencia, empoderamiento basado en el principio de la autodeterminación cultural, objetivo al que aspiran particularmente las minorías. 

Las poblaciones autóctonas (hoy pasadas por alto en todo el país) reclaman una devolución de poder a sus comunidades. Pero para el acceso al mismo es clave la formulación y aplicación de medidas concretas, que es tarea tanto del Estado como de la sociedad civil. En ese sentido, solo la participación más amplia posible de todos los niveles de la sociedad en la vida cultural garantiza una vida plenamente democrática.  

Desde el punto de vista de la sociedad civil, de los gestores culturales de la ciudad, el empoderamiento exige el acceso a la información, así como a los canales de expresión, representación y corrección. Urge informarse e informar, fortalecer y valorar las expresiones populares que enriquecen nuestro acervo cultural, necesitamos ocupar y abrir espacios en el territorio, en las administraciones y en los medios, integrar jurisdicciones, incinerar los egos que dificultan todo entendimiento (y que en el sector cultural de la región  abundan), necesitamos generar hechos concretos y enhebrar esfuerzos con otras áreas, para poder con el tiempo movilizar a toda la comunidad.

La cultura es demasiado importante para una sociedad como para dejarla en manos de una élite o una administración edil o regional. Movilizar a la comunidad no significa juntar gente en recitales masivos seudosubterráneos como los que de vez en cuando se registran en nuestra jurisdicción, sino involucrarla en aras de un proyecto común y propio del que sean verdaderamente protagonistas. Esto solo se consigue estableciendo alianzas estratégicas con otros sectores de la comunidad, para realizar proyectos comunes en los que haya responsabilidad compartida, que es una forma del reconocimiento mutuo. 

Hay mucho por hacer en ese sentido. Hay mucho por hacer en todo lo que significa cultura. Empecemos por capacitarnos.

Más allá de los ‘eventos de cultura'



Augusto Rubio Acosta

En nuestra región, pocos ciudadanos son conscientes de la necesidad de implementar políticas culturales, que a su vez desarrollen programas culturales y éstos a su vez proyectos culturales, los mismos que ejecuten eventos de cultura o ‘actividades culturales’ que -dicho sea de paso- en nuestra jurisdicción se realizan en considerable número, con diferentes resultados, pero siempre (evidencias sobran al respecto) sin saber adónde se dispara, adónde se va.

La siguiente fórmula o sucesión de términos es prácticamente desconocida para quienes de una u otra forma están vinculados al tema cultura en la jurisdicción en que vivimos: 

POLÍTICAS CULTURALES → PROGRAMAS CULTURALES → PROYECTOS CULTURALES → EVENTOS CULTURALES (ACTIVIDADES)

El proyecto cultural constituye entonces el tercer eslabón de esta cadena y tiene como misión generar un cambio, paliar necesidades que han sido detectadas en una fase anterior a su realización. Su fin es ese y debe tener capacidad transformadora. El evento en cambio responde a los objetivos del proyecto y debe estar a su servicio, no tiene sentido de forma aislada. 

En nuestra región abundan ‘eventos de cultura’ (muchos de ellos de dudosa calidad) que aparecen y desaparecen sin ningún objetivo concreto que no sea que el político, que permita a sus impulsores salir en alguna entrevista de televisión, y que no tienen ninguna capacidad transformadora ni responden a un plan de acción planificado. En ese sentido, los ‘eventos de cultura’ forman parte de la llamada espectacularización de la cultura, del endiosamiento de ciertos personajes y de ciertas formas culturales en detrimento del desarrollo de la comunidad. En nuestra jurisdicción el asunto empeora cuando hay quienes se consideran los ‘dioses y elegidos’ del sector, ciegos todos a lo que signifique pensamiento crítico y participación ciudadana. La sociedad tiene que empezar a preguntarse para qué se hacen las cosas y no sólo contabilizar las cosas que se hacen. Podríamos mencionar aquí festivales, conmemoraciones especiales y un sinfín de estos eventos que no generan cambios sociales pero que dan la sensación de que “se hacen cosas”.

Los ‘eventos de cultura’ en la ciudad son consecuencia de la ausencia de una política cultural. La ausencia de políticas culturales es una forma más de política cultural, si no intervenimos en ella estaremos también tomando partido, siendo cómplices del caos y la mediocridad en que vivimos.