viernes, 15 de julio de 2011

Siete noches con Borges

En diciembre de 1938, pocos después de la muerte de su padre, subiendo unas escaleras, Jorge Luis Borges se pegó en la cabeza contra el marco de una ventana. La herida se infectó y estuvo a punto de morir. Durante la convalecencia pensó que había perdido sus facultades mentales y, para comprobarlo, se propuso escribir un cuento. Ese relato, “Pierre Menard, autor del Quijote”, fue el primero de los grandes cuentos fantásticos que convirtieron al tímido y libresco escritor, poeta de vanguardia en su juventud y original ensayista, en el más celebre e influyente autor de nuestra lengua.

LOS AÑOS DE PENUMBRA

En 1956 le prohibieron leer y escribir. Se había quedado del todo ciego ese hombre para quien la vida eran los libros: leerlos, releerlos, escribirlos. Pero no quedó en la oscuridad. No sólo porque, como él lo ha explicado, el mundo del ciego es un mundo de penumbra y no de tinieblas, sino porque poseía una cultura tan vasta como su inagotable memoria. Ese azar, en realidad la culminación de un largo crepúsculo que había empezado en su niñez, no detuvo ni su curiosidad ni su creatividad y, mezclado con su creciente fama, le inspiró una independencia nada común y una nueva y pasmosa personalidad literaria. Desde entonces dictó, venciendo su timidez, sus primeras conferencias y empezó a estudiar la literatura de sus antepasados vikingos y sajones, sobre la que publicó varios estudios escritos en colaboración. Ha escrito cuentos, no tan felices como los de sus primeros libros, y unos cuantos poemas que están entre lo más bellos de nuestra literatura. En las formas clásicas que rehuía en sus primeros versos. Y se convirtió así en el último de los grandes poetas modernistas.

Al mismo tiempo, concedió mil y una entrevistas, nunca sosas ni monótonas, que han hecho parar los pelos de izquierdistas, derechistas, amigos del fútbol, admiradores de García Lorca y de cuantos no comparten su ironía y su escepticismo. Y ha ido perfeccionando su manera de dar conferencias. Ha dictado, rodeado de respeto y galardonado con todos los premios, menos el Nobel que merece más que nadie, un gran número de charlas en las que habla siempre sobre los temas que lo han obsesionado siempre, pero enriqueciéndolos, relacionándolos y abriendo rumbos inesperados, como sus antepasados que descubrieron América siglos antes que Colón. También tradujo a Whitman, a quien quiso imitar de joven. Es su versión menos feliz porque despoja al inmenso poeta de un aliento, del que hay, sin embargo, brillantes destellos en la propia poesía de Borges. Y se casó, un experimento fallido, con una señora que lo llevaba y lo traía como un pelele. Pero la conclusión borgiana es maestra: “El casamiento es un destino pobre para una mujer”... (Más lectura vía Cromos)

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