viernes, 18 de septiembre de 2009

Pedestal para César Calvo

El vate pensaba que no escribía solo para demostrar que la poesía no era privilegio de los poetas. Lo pensaba porque sabía que en el fondo no le interesaban los beneficios a largo plazo del oficio, las mieles burocráticas de la pasión. Calvo sabía que lo suyo era crear belleza con cada palabra que salía de su boca y se plasmaba en un papel. Escribió su primer poemario a los 18 años y a los 26 ya había publicado El cetro de los jóvenes, Colección Premio de la Casa de las Américas, en 1966. También existirían Poema a dos voces (escrito conjuntamente con Javier Heráud), Ausencias y retardos, Como tatuajes en la piel de un río, y, claro está, Pedestal para nadie. También el Premio Poeta Joven del Perú, el Premio Nacional de Fomento de la Cultura, el Premio Nacional de Poesía.
Aquél hombre que parecía sonero y amaba como cosaco, aquel poeta estruendoso e imparable, era el mismo que, a los 12 años, avergonzado y solo, contemplando un paisaje de techos ruinosos, escribió a su abuelo una larga carta pidiéndole que no envejezca. Aquel letrista implacable, aquella fuerza natural que creaba poesía como quien vivía a plena luz (y entre sombras), estaba destinado no solo a ser leído. Calvo estaba destinado a ser escuchado. A sentir sus versos como pequeñas historias que se cantaban, que se inundaban de melodía. Como dice Hildebrandt, la de Calvo era poesía galopando en endecasílabos, poesía en combate de armonías y, como toda verdadera poesía, no abría ninguna puerta ni disimulaba ningún concepto. De ahí que lo hayan cantado e interpretado notables como Pelo Madueño, Raúl Vásquez, Susana Baca, Cecilia Barraza, Miki Gonzáles, Rafo Díaz, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, David Byrne y tantos más... Interesante lectura vía Diario de IQT.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

only write