miércoles, 3 de octubre de 2007

Un pterosaurio para Michael


Augusto Rubio Acosta

Hemos venido a hablar con Michael por voluntad propia. Nos ha traído el enorme interés por volverlo a escuchar referirse a criaturas prehistóricas, extintas, animales extraños, salvajes y contemporáneos; hemos vuelto con la intención de asistir again a ese espacio exterior que lo ha maravillado desde hace mucho y aspira pronto conocer in situ.
El afán por conocer sus nuevos libros de botánica, el estar presente en una nueva clase de science fiction y asombrarnos de los vastos proyectos que desea emprender a su corta vida, constituyen -qué duda cabe- un poderoso imán para este cimarrón y una lección imperecedera de cómo el mayor tesoro que un niño de esa edad pueda tener entre manos, sobrevive en medio del marasmo citadino. Por eso fuimos a verlo hasta El Progreso, por eso y porque desde el año pasado en que lo entrevistamos en la radio estábamos extrañando hablar con alguien de aquellas cosas que nadie habla y que todo el mundo pasa por alto.
A sus escasos nueve años, Michael Maguiña no es un niño cualquiera y él lo sabe. Me ha recibido en casa de Leyda con su sonrisa siempre amistosa. Hemos hablado esta vez de mutaciones genéticas, de controladores quantum, de motocicletas que levitan magnéticamente, de la enorme posibilidad de revivir criaturas extintas y hasta de la posibilidad de “recuperar” al mismísimo antecesor del homo sapiens (previa regeneración de su ADN). “Es posible crear un combustible inacabable y una cápsula de suspensión que sea capaz de mantener el desarrollo estático del ser humano, ¿sabías eso?… Sólo así podría evitar que mi abuela y que Pupú envejezcan”, ha dicho Michael, quien no está quieto en la pequeña sala mientras la Nikon dispara como siguiendo su sombra.
Nuestro pequeño amigo se dedica a hablarnos de cyborgs y de androides que puedan colaborar en los quehaceres de la casa. “Está en quinto de primaria, desde que estaba muy pequeño empezó a dar señales de un vivo interés, primero por la pintura y luego por la ciencia; desde muy niño estuvo interesado en la vida animal y le gustaba mucho acercarse a ver el mar. Hace algunos años en Lima, le hicieron un examen de coeficiente intelectual que arrojó 125, es decir: que estábamos ante un niño con un alto promedio, uno que tenía nueve años pero que mentalmente era uno de nueve”, señala Frank, su orgulloso padre, mientras Michael ha ido en busca de sus 60 libros favoritos y pequeño tesoro: “Pterosaurios”, de Peter Wellnhofer.
“En Chimbote no existe el lugar adecuado adónde llevarlo a estudiar. En el colegio se aburre debido a que él ha leído hace años lo que sus profesores hoy le enseñan. Sin embargo, preferimos que viva su infancia, que queme sus etapas y sea un niño libre”, añade Ghisell, mamá de nuestro amigo. Lo cierto es que Michael, quien empezó garabateando las paredes de la casa y reconociendo animales prehistóricos de los libros caseros, se ha vuelto todo un especialista en temas que lindan con la ciencia de alto nivel más actualizada y de eso pueden dar fe decenas de alumnos de maestría de una universidad local que lo vieron dictar –puntero láser en mano, mapa conceptual y multimedia de por medio- una extensa e ilustrativa clase magistral sobre criaturas prehistóricas el año pasado.
“A mi no me gusta mucho el fútbol, prefiero quedarme en casa o pasarme los recreos dialogando en el club de alumnos que hemos formado en el colegio. (…) Lo que sí me agrada sobremanera es ver Animal Planet, Discovery y The History Channel, mis canales de televisión favoritos. También veo películas futuristas, programas relacionados con otros sistemas planetarios, pero también algo de Cartoon Network” (seguramente para que tenga algo de qué hablar con la mancha de estudiantes durante el recreo), señala nuestro interlocutor, mientras su familia recuerda cuando tenía cinco años (ya sabía leer y escribir) y le preguntó a su profesora de inicial “¿por qué las oraciones son tan simples e incluyen animales como el patito y el perrito, cuando podríamos elaborar oraciones con mamuts, pterodáctilos, diplodocus o otros animales antediluvianos?”…
Frank y Ghisell señalan que cuando Michael crezca harán el esfuerzo por sacarlo a estudiar al extranjero. “Lamentablemente en el Perú no hay apoyo para este tipo de niños; imagínate que hasta sus profesores lo reprimen (porque los hace quedar mal delante de todos, cuestionando sus métodos o “enseñanzas”) y le exigen que se calle cuando desea intervenir en clase de manera participativa”, comentan los Maguiña, mientras Michael se ruboriza y se niega a mostrar sus expresivísimos dibujos de primera infancia, los que hizo en el nivel inicial y dejaron con la boca abierta al profesor y a los estudiantes de una anónima escuela de pintura de la ciudad, ilustraciones que ahora detesta hacer públicas (porque ya ha superado esa etapa y qué roche que todo el mundo vea su escasa habilidad para el trazo delineado).
Michael es el primer nieto nacido en su familia, cuando su madre estaba en el periodo de gestación lo hizo escuchar a menudo música de cámara y por eso seguro se ha aficionado también a la música clásica y a la mitología griega. Leyda también nos ha contado que en lugar de contarle cuentos infantiles (cuando tenía dos años y se sabía todas las historias apropiadas para su edad habidas y por haber) la familia se veía obligada a contarle cuentos modificados (y humorísticos) recreando la historia del descubrimiento de América, el Quijote de la Mancha, las Tradiciones Peruanas y hasta la vida de Túpac Amaru. El psicólogo de la escuela donde está matriculado (estudiar es demasiado decir, habida cuenta de que “lo que le enseñan” ya lo sabe) señala que es un orador nato y que urge llevarlo a un espacio académico donde pueda desarrollarse plenamente. Nada más cerca de la verdad...
“Los dinosaurios aparecieron hace 250 millones de años, a mediados del triásico, y el primero de su tipo fue carnívoro. Pero mis criaturas favoritas son los pterosaurios, reptiles voladores que tenían de su pico en forma de cepillo y que ponían sobre la superficie del agua para capturar pequeños peces; los glyptodonten o mamíferos parecidos al armadillo actual, pero que tenían una cola con púas en su punta para su defensa; los giganotosaurios, el carnívoro más grande que jamás existió y que es de la categoría carnosauria y vivió en el periodo cretásico (hace 80 millones de años); y el ankylosaurio, que tenía protuberancias multiformes sobre su espalda y era vegetariano…”. Hablar con Michael es acercarnos a un universo ignoto e impredecible, es husmear en el pasado, un viaje a las estrellas de la mano de la ciencia y alrededor del variado reino animal. Nuestro amigo se refiere ahora a su fascinación por los aviones, por sus turbinas, sus hélices, y en fin, por todo aquello que ha alcanzado una alta tecnología, se mueve, tiene gravedad, gira y le interesa.
Vinimos a ver a Michael a la mitad de una mañana soleada. Llegamos a su pequeño y amplio mundo y hemos reído, conversado un buen rato, disfrutado a plenitud con nuestro dicharachero interlocutor y ahora nos resistimos a irnos. ¿Será que abrigamos volver a dialogar más in extenso con este pequeño pero gran talento chimbotano, portuario, pie salado y promisorio científico, pero al ver el reloj nos hemos inhibido de solicitar otro pedazo más del valioso tiempo familiar para que nos dejen ver el perro robot que Michael está armando estos días?, ¿será que es el niño que todos tenemos dentro y se niega a evadir lo que le interesa habida cuenta que es de su vivo interés?, ¿o será que ahora, mientras avanzo camino a casa y dejo atrás El Progreso, me pregunto por el futuro de quienes como Michael saben que el Perú no está hecho del tamaño de sus zapatos ni de la talla de su camisa (sino sólo de pterosaurios infames que pueblan el Ministerio de Educación y nuestro caduco gobierno) y que seguramente tendrán que ponerse otra indumentaria y aprender another foreing language porque nadie valora lo que valen nuestros niños con sus ideales a cuestas y su sonrisa a flor de una piel afanosa de desarrollar lo indesarrollable en una tierra equivocada como la nuestra?…

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