jueves, 18 de octubre de 2007

Tres maneras de volver


Para el abuelo Lincoln,
de Mancos su alegría.


Augusto Rubio Acosta

- Creo que voy a vomitar…

La voz de la Chiri, temblorosa, se mezcla con el arrullo de los anónimos pájaros salvajes y el estruendo del río a esta altura de la cordillera. El Callejón de Huaylas se convierte en esta parte de su estrecho laberinto, todo verdor, toda ilusión. Al fondo, el Huascarán no permite develar sus misterios, se esconde tras las nubes blancas que parecen gases tóxicos vomitados por algún dios envidioso de nuestra compañía, de nuestro origen.

La Chiri se ha sentado sobre unos leños, mareada. El abuelo ha trepado hasta lo alto, a la plaza principal de Huambra, a la misa de su iglesia quechuahablante, al fondo, detrás de Vicos, donde se reconoce la alegría en la espesura de su verdor. El fango se apodera de nuestras suelas, ha llovido en la víspera y algunos lugareños se han apiadado de nosotros: una taza mampostillada con agua y una silla a la mitad de una mañana soleada, es el mejor abrazo que nos puede alcanzar alguien a esa altura de nuestro desamparo.

- Quiero bajar. No es que no me guste este lugar, en serio, aquí todo es estupendo; lo que pasa es que la altura me mata, me aniquila, y creo…, que voy a vomitar…

Ella está ardiendo en fiebre y es 31 de diciembre. Hemos atravesado la ciudad en una camioneta rural y se ha muerto de frío. Una pastilla, media botella de agua, quizá tampoco le alcance un pedacito de corazón… Sí, lo sé, yo también deseo volver al Callejón, allá se quedó el mejor de mis veranos (que recién empiezan), media historia por recoger, la voz estruendosa del abuelo hablando groserías en quechua con las panaderas en la esquina de la plaza de Mancos, tantas cosas... Allá se quedó tu imagen devorando como una descosida los helados de ron, de chela, los panes de Ranrahirca con medio cuerpo metido entre los hornos de piedra, y los ¡quéeee taaaal…!, estruendosos, rebotando en la sonrisa del viento ante la plaza vacía de nuestras tardes.

¿Recuerdas la cosecha de manzanas, de melocotones, de naranjas dulces?... ¿te acuerdas de la tarde de lluvia y la caminata a lo largo de la carretera?... Ya quisiera regresar, ¿por qué dejaste que vuelva si allá se quedó mi alegría, el mejor de mis humores, los callitos de mis plantas mugrosas de tanto barro, de tanto andar…?, ¿por qué permitiste que me cambiara el humor y la salud, por qué volvimos, por qué el maldito empleo, los estudios, tu cansada espalda, mi ansiosa alegría, la nueva manera de mirar?...

Lo que más recuerdo, es el olor de la quinua con membrillo en los humeantes desayunos y el pan con lomito de la calle bajando la plaza. Evoco también tu caminar descalzo en la bajada hacia el puente, ese atado de cuerdas gastadas en que consiste la vida sobre el Santa, heladito y transparente, caudaloso... Sí, ya sé, dirás que olvidamos tu cebiche de chochos mosqueados, tu caldo de cabeza en el mercado de Marcará, el sabor de los cuyes en la casa de Rodo, de la amable Magda, y los roedores de Tingua que jamás comimos. Sí, también sé que te duele el cuerpo (cuerpazo), que se me maleó el año nuevo, la jarana a todo dar que nos pensaba obsequiar... Son los nuevos días, entiende, te tomarás los antibióticos, te abrigarás a forro, sudarás como los obreros del estadio Centenario y mañana amanecerás bien…

- Tengo frío…

La minifalda no le ayuda a paliar el viento helado de la tarde en Yungay, tampoco el ombligo al aire que desde hace cierto tiempo se maneja. El camposanto está semidesierto y deambulamos sin rumbo en busca de los ómnibus retorcidos y oxidados que nos han estado esperando, vamos tras la escultura de Cristo con los brazos abiertos y su patético gesto de piedad. Hoy no es 31 de mayo en el callejón, pero el repentino cambio de clima nos ha hecho sentir esa especie de temor y respeto que suele embargar a quienes pisan esta tierra convertida en moridero…

Nos hemos tomado fotografías, deambulado entre los souvenirs y las fotos en blanco y negro de la antigua ciudad, presenciado el sunset ante la reconstruida fachada del templo y ella me ha parecido más tibia, cálida, más entrañable en su nueva forma de sonreír, en su nuevo mirar... El abuelo decidió quedarse en Mancos alistando las maletas. ¿Y que tal si nos quedamos?..., volver no va a ser sencillo teniendo en cuenta el escaso tiempo disponible en nuestros días de aula, de calle, de micrófono, de andar… ¿Sabes?, podríamos quedarnos a leer poemas en la plaza, armaríamos una fogatita frente a la huerta del abuelo, junto al horno de piedra, y nos cansaríamos de fumar... Podríamos tomarle fotografías a las cabezas del Huascarán, convocar a las anfitrionas de la otra mañana en el auditorio de la comuna, jugar charada, impro, tocar guitarra, ver al abuelo y su reggaetón…

- Vamos a comprar bizcochos al mercado, cojamos una combi de ruta acelerada y serpenteante como la de la otra noche al volver de Caraz. El abuelo debe estar esperando…

El abuelo siempre habla de la muerte. De una muerte natural, aunque se trate de alguna especie de eutanasia... “En estos días, muchacho, organizaremos mi velorio, alistaremos ipso facto mi muerte, la continuación de la vida, la etapa más luminosa y alegre a la que debo enfrentarme…”. La voz del abuelo, firme, contrasta con la sonrisa ancha que dejan traslucir sus ojos cuando habla de morir. “Supongo que no habla en serio”, dice la Chiri, mientras la gente aborda el bus que nos traerá de regreso a casa, y yo tengo que asentir para que no se me vaya a emocionar…

- Yo sé que no quieres irte, que quieres quedarte a vivir en este hermoso lugar, pero eso no es posible por ahora, y además hay varias formas de volver. Quizá sea exagerado, pero yo tengo, veo y siento que existen tres maneras concretas, factibles y prístinas de regresar a un lugar: tomando un bus a medianoche en el Terminal Terrestre y esperando unas horas para llegar al destino, evocando plenamente cada instante feliz que viviste en el lugar… finalmente, regresando de la mejor manera: en papel, utilizando la memoria y el libre albedrío de la pluma frente al espacio en blanco… Sí, sé que quizá no volveremos de las dos primeras formas al callejón, a Mancos corazón y su corrida de toros, a la entrañable sonrisa de sus gentes, pero regresaremos de manera imprevisible a través de esto que ahora escribo y que tú me escuchas leer, volveremos con el abuelo al lugar de donde nunca debió salir; porque si hay algo que me ha quedado claro, es que Mancos es tan parte del abuelo como el olor de los panes junto a los hornos de Ranrahirca y la sonrisita maliciosa (pendeja) de las panaderas quechuahablantes en la esquina de la plaza…

- Ven, estoy cansada, vamos a dormir…
La Chiri se ha vuelto a acostar, sonará la alarma de los gallos por la mañana y se habrá levantado seguro entre atontada, con el cabello de medusa hecho un plato de tallarines y sin ganas de salir. La he acostado, pasé un buen rato mirando la lluvia por la ventana, escuchando su respiración acompasada (ronquido, le dicen), dejando pasar el tiempo, las cinco etapas de su dormir… Así, su sueño primero ligero y después profundo transcurre ante mis ojos con varios movimientos bruscos, arrugadas de frente, patadas e interjecciones en ambos lados de la cama. La quinta etapa de su dormir, la de los rapidísimos movimientos oculares, se tarda un tanto pero llega, y entonces, sólo entonces y mientras ella sueña, hablamos…
¿Cómo será cuando seamos viejos, cuando seamos ancianos?... No sé, supongo que un tanto latosos, algo aburridos, asumo; pero de lo que sí estoy seguro, es que mientras se vayan perlando nuestras sienes y nos vayamos haciendo menos ágiles y más débiles, mejor podremos aprovechar aquello que sabemos y aprendimos a lo largo de la vida… Sí... ¿Habrás aprendido a nadar para entonces, te zambullirás en el agua hirviendo de Chancos y aguantarás medio minuto sin respirar como los buzos a pulmón de la pesca artesanal?... ¿Habrás mejorado tu propio récord de trekking man, podrás aún subirte a tu mountain bike, latearás todavía a full pero no por Gálvez ni los pueblos jóvenes, sino por Huambra, por las alturas de Vicos, por su cielo azul de windows que no me canso de mirar?... La Chiri y yo hablamos, como antes… La escucho respirar y me pregunta por el kilómetro 248 del callejón, por sus pueblos, los nevados y sus ríos, por sus lagunas y sus charquis de chanchos negros, enjutos, trompudos y tristones… Quiero que me traigas para agosto, para San Roque; pide permiso en el periódico, renuncia, no sé, pero tú me secuestras del 14 al 18… A 2.500 metros sobre el nivel del mar, la vida transcurre soleada, tranquila. Mañana iremos a Caraz (dulzura) a husmear en sus asentamientos prehispánicos, en su iglesia de piedra, en la placa que dejó Bolívar, y nos empujaremos sus helados, manjarblancos y cuarteados…
- Duerme, Chiri, ya es tarde, mañana será otro día…
Es el primer día del nuevo año, hemos comprado una sandía, las pepas joden y hay que escupirlas en metralla. El día es soleado, las chicas deambulan por las calles de Chimbote envueltas en prendas breves, y a nosotros nos espera el mar.
- Anoche, mientras dormías -en pleno REM o sea rapid eyes movement- dijiste que sería bueno volver de la manera en que te lo propuse y no sabía si estabas despierta o soñando, como ahora mismo en que desconozco si estoy ante el mar de Chimbote o la grandiosa inmensidad del mejor de tus sueños. Dime que estoy despierto, que ayer mismo volvimos del callejón y que más tarde comeremos nuestra primera cachanga del año en el puente Gálvez. Dime que hoy no voy al trabajo, que me llegó el periódico y me entregué el asueto que nunca me di. Déjame saber que si estoy despierto es porque estoy sumergido en tu sueño, que mis ondas cerebrales experimentan una a una las fases que tú conoces muy bien y que desembocan en mi pulso desrregulado, caótico, la presión por las nubes, la atonía muscular generalizada y el mejor de los REM, paradójicos y ortodoxos que jamás viví

- Hoy, mientras soñaba, sentí que alguien me apretaba la cintura, que me bajaba centímetro a centímetro de la parte superior de la cama hacia abajo y que mis movimientos eran de lo más predictibles para alguien supuestamente acostumbrado a dominar mi cuerpo. Me vi envuelta en una sábana blanca y tirada a la mitad de la carretera hacia Caraz. Era una vía desierta, corrían las seis de la mañana y alguien le tomaba una fotografía a mis piernas blancas y a la gallina chiriposa que se escapó del corral. ¿Recuerdas el pan de la última cena con su cafecito cusqueño?, ¿te has olvidado acaso del enorme nacimiento navideño en la barroca sala de Magda y el resbalón de tus manos hacia mis muslos por debajo de la mesa el día que se escondió el Huascarán?… Hoy, que vuelvo a vivir lo vivido –a mi manera, claro-, que entiendo que los habitantes del desierto como nosotros nos maravillamos con tierras ajenas, pero lindas y entrañables, te digo lo que hace mucho tiempo te dije y que hoy renuevo: nunca te vayas…

- Es martes, le robo unos minutos a mis aburridas notas locales en el diario y me echo a escribir… Volveremos callejón, regresaremos Chiri, de la mejor de las formas; alista la nueva caja con bocaditos, nomás, abuelo (ya es agosto), los lentes de inmersión y tu decana ropa de baño, porque Mancos, -a pesar de nuestros sueños inombrables, veraniegos y finitos- nos está esperando…

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