miércoles, 10 de octubre de 2007

En el Tercer Planeta


A propósito de los 30 años de la partida del poeta Lucho Hernández

Gonzalo Valderrama Escalante

A diferencia de Vallejo y su postura adusta en esa su famosa foto, la famosa foto de Luís Hernández encendiéndose un pucho me impresionó de sobremanera, algo de hedonismo griego y bacanería peruana en su gesto me llamaron la atención, sus textos me sorprendieron, no había leído nada así hasta entonces, cuando era feliz e indocumentado. Me acuerdo y no cito de memoria nunca muchos de sus versos; de los primeros que leí, la historia de Billy the Kid, que por la espalda va herido, eso de corajudo de andar recorriendo los condados de Ducal y Hamilton y Premier a pesar de la tristeza y el dolor me pareció genial y sobre todo corajudo. Muchas veces, todas las veces que de amor hable con mi amor, recurrí a sus versos, sobre todo a sus varias versiones de la Chanson d’amour, cuando dice el cielo son dos. Dije también “entra en mi casa / mira el mar conmigo / una a una las olas / gastaran / nuestras vidas”, total más que de sus autores los poemas son de quienes los necesitan.
Las historias sobre su persona, sus anécdotas y su genio completaron esa imagen que del autor me hice, entre el estoicismo y la fragilidad una vida sui generis, siendo médico el hecho de no cobrar por sus consultas o cobrar en especies, dar recetas a cambio de pan o gaseosas, o ni siquiera dar recetas sino solo conversar con sus pacientes y regalarles cuadernos de poemas de su puño y letra, poner altoparlantes en la ultima selva de Perú, con música clásica a todo volumen para ver entre la frondosa vegetación volutas de humo y aves y así nunca entendí exactamente que habría pasado para que termine con sus días como se dice, arrojándose a un tren hace exactamente 30 años este octubre, en Argentina, lejos de su patria, y con un amor que lo esperaba para ver el mar. Difícil imagen, y ahora que reviso las crónicas sobre los 30 años de su partida me sorprende que la mayoría de críticos literarios ponga énfasis en esa parte de su historia, “nadie lo culpe de su sueño” dicen, parafraseando unos versos suyos: "Habiendo robado/ Lluvia de tu jardín/ Y tocado tu cuerpo/ Me duermo/ No se culpe a nadie/ De mi sueño".
Los más de los textos de Hernández son un canto a la vida a pesar del dolor, así lo dice muchas veces, como en su elogio a la medicina “lo único que no tiene sentido es el dolor” y frente a ello no opone el escape, el adiós a la fiesta sino la búsqueda del goce, la iluminación, el nirvana en una puesta de sol, o en la contemplación de un letrero luminoso de cine de barrio. En la historia de su suicidio –para mi incomprensiblemente- se ha querido ver un último acto de rebeldía, el ejercicio de la libertad máxima, esa de disponer de la propia vida o de la propia muerte que es lo mismo aunque no sea igual, y cosas así. Nunca entendí cómo alguien que escribiera sobre las chelas frente al mar, sobre el jardín de los cherrys pudiera haberse saltado de este mundo así como así a pesar de lo difícil que es entender la mecánica de la existencia. Estos últimos días en que se hace justa memoria de su obra y de su vida me parecen mas oportunas las reflexiones sobre sus escritos y su gran aporte a la renovación del lenguaje literario nacional, comparto la idea de que la obra de un escritor debe verse muy aparte de su vida, Pedro Granados hace un erudito comentario sobre el tema “la obra de Luís Hernández, en cuanto atenta a la forma, sería análoga a la de Jorge Guillén: ‘En la tenaz búsqueda del sentido [...] Hernández, poeta, respondió desde esta condición al reto de la forma. En medio de ese mar que borra y desagrega (la vida simplemente), ¿no existe acaso, como Jorge Guillén lo vio y dijo, el salvavidas de la forma?’ (…) renueva y otorga contemporaneidad ilimitada -vía el humor- a una estética signada por el refinamiento, la paradoja y el misterio de raigambre simbolista o existencial”. Uff, terrible seguirle el hilo a los críticos, mejor vayamos a un texto de Hernández: “TETRAILIADA CANNABINOL: Era un gordo y tímido / Violinista niño. / Luego creció y tornóse / En el adolescente / A quien ninguna mujer /
Rechazara: / Atlético, vivaz, analfabeto. / Sólo alguien lo rehusó: / Una que en su corazón / Soñaba / Con un lento y músico gordo. / Así perdió Menelao a Helena, / La chicoyita de Troya”.
Por eso me ha removido los esquemas un último artículo de Edgar O´Hara, crítico literario que ha hecho importantes trabajos sobre la producción de Luchito Hernández para los amigos, al parecer esa historia de su suicidio es cuestionable, habiendo hecho una pesquisa casi policial sobre un caso de hace treinta años y en una época de la Argentina sometida a una de las peores dictaduras del siglo veinte en América latina, llega a la conclusión de que todo parece indicar que el poeta fue víctima de ese aparato de asesinatos y desapariciones del nefasto tiempo de Videla. O´Hara arguye que el lugar donde se encontró el cuerpo del vate fue un sitio recurrente donde los militares arrojaban a sus victimas, un paraje desolado en Santos Lugares, además hay detalles que caen por su propio peso, como las sospechosas notas periodísticas sobre el hecho, al parecer provenientes de una misma fuente, retrucadas, y así por el estilo. Entonces a pesar que de vida y obra van por senderos opuestos y que además se bifurcan, la imagen de Gran Jefe Un-Lado-del-Cielo que persevera en su ser cambia mucho y trastoca totalmente ese mito de la comuna literaria que ve en él la reencarnación de un Apolo desolado y tristísimo, y su obra misma –pienso- después de una revelación así es susceptible de otras lecturas.
Estos últimos meses he pensado mucho en esos sus versos “Grande es mi dolor / que en lo alto está / sereno lo contemplo / pues no me asusta ya”, como una letanía me los digo una y otra vez porque también es grande mi dolor y ansío la serenidad para verlo en lo alto y sin temor.
Ya va ser un mes de que falleciera mi abuelo, patriarca de un clan cada vez mas reducido, mi abuelo se mantuvo con los pies sobre la tierra a pesar de la peor de las soledades de la vejez; la pérdida de su esposa, con quien compartió este mundo por casi 70 años, yo pensé que el iría tras ella apenas pudiera, si era posible de inmediato, pero no, pasaron años en que se dedicó a ver el sol de las mañanas y las tardes, a pesar de su dolor, me decía yo, y no pensaba en nada mas que no fuera esa imagen suya de viejo árbol, casi surrealista por sus miradas que decían mucho más de los que pueden las palabras en los momentos difíciles, hace más de un mes escribí un cuento sobre él, decía, que poco a poco se iba convirtiendo en un ave, un cóndor, que su mirada había dejado de ser la de un ser humano y mas parecía de la una criatura de bestiario fantástico, de un ser hecho para ver desde las nubes, o desde el pasado o el futuro que talvez después de todo sean lo mismo, unos días después soñé con mi difunta abuela que nos visitaba a quienes aún estamos por acá, y tomando del brazo a mi abuelo lo llevaba cuarto por cuarto de esa su casa donde todos fuimos siempre felices, un par de días después mi abuelo alzo vuelo y partió para el país de los ancestros, resistió como un viejo chachakomo el haber vivido los rezagos del siglo XIX, haberse soplado el XX y ver así como desde las nubes los principios del siglo XXI.
Me imagino entonces a un Lucho Hernández, que como O´Hara sugiere, se pone sabroso en una redada de rutina ante los milicos, cachacos autómatas de una Argentina sometida a una dictadura terrible, qué habría dicho: “…che sus…” como en ese su celebrado verso. Esa otra historia, la de un poeta que jala más para este mundo que para el otro me parece mucho más interesante y ejemplar que la del escapista, porque después de todo la obra –sobre todo una obra tan encumbrada- no puede prescindir de la historia personal del creador. No había leído hasta ahora este poema que va a continuación: A Un suicida en una piscina, se me han hecho inolvidables estos versos: “Quédate en el tercer planeta /Tan sólo conocido/ Por tener unos seres bellísimos/ Que emiten sonidos con el cuello/ Esa unión entre el cuerpo/ Y los ensueños”.


A UN SUICIDA EN UNA PISCINA


No mueras más
Oye una sinfonía para banda
Volverás a amarte cuando escuches
Diez trombones
Con su añil claridad
Entre la noche
No mueras
Entreteje con su añil claridad
Por lo que Dios más ame
Sal de las aguas
Sécate
Contémplate en el espejo
En el cual te ahogabas
Quédate en el tercer planeta
Tan sólo conocido
Por tener unos seres bellísimos
Que emiten sonidos con el cuello
Esa unión entre el cuerpo
Y los ensueños
Y con máquinas ingenuas
Que se llevan a los labios
O acarician con las manos
Arte purísimo
Llamado música
No mueras más
Con su añil claridad.

(Lima, 8 de agosto de 1971)

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