miércoles, 15 de agosto de 2007

HABLA, CIRIACO, ¿VAS?...



Tú no lo sabes, Ciriaco, pero hay cosas de nuestra vida que no podemos explicar: “karma“ le dicen, brother, y sea bueno o malo, la vaina es que hay cosas que se repiten una y otra vez a lo largo de nuestra existencia. Tampoco se trata de casualidades, es el resultado de nuestras acciones pasadas, y no sólo del pasado de nuestra vida sino también de otras vidas, cosas ajenas; es algo así como una ley, una vaina que no es premio ni castigo, sino la señal de que hay algo que no hemos aprendido... Pero yo no he venido para hablarte en difícil, mano, he llegado hasta aquí pa´ conversar, pa´ tomarnos esta chelita helada con su cevichito, y para ese loreo bravo que hace tiempo estaba esperando, causa, tiempo…

El negro Moncada echa el cuerpo hacia atrás en la silla que ocupa y husmea en los créditos de la etiqueta en la botella, la mirada desinhibida que lo caracteriza no lo ha abandonado, separa frenéticamente la cebolla del pescado y la destina al último rincón del plato (porque no le agrada su sonido al morderla, mucho menos su sabor). Ciriaco habla desesperadamente del mar, de jalar pescado, de los botes cortineros y de la cruz que carga al hombro desde hace mucho; el negro hace ininteligible por momentos su discurso, reduplica sus frases, hace crujir la cancha serrana del plato al centro de la mesa, chequea a los nuevos clientes y colige que por la manera en que lo observo está cada vez más cerca de la verdad.

¿Tú también te descolgaste, no?, ¿en qué año llegaste, negro?, ¿de dónde michi zorro?, ¿de arriba o de abajo?…

“Chocopano, torero, torerito de papel yo, yo mismito… De Chocope zorro, de abajo como los engendradaos víctimas de los Sogesas chuchesusmares, torero de fábricas pestilenciadas, yanquis go jóm uñas largas, largotas, Cuerpos de Paz, me cago yo, te cagas tú en los bancheros, en los alcaldes de Chimbote de aquí a cuarenta años, politiquitos loco, local, loquito Moncada, pobre, yo mismito… ¿Te acuerdas campeón?, estas son mis manos, ¡esta es tu gente, Dioooos…!, ¡Dioooos!, no te engañes, no te pares negrito, ¡no!, cierra el círculo pescador pecado, aquí tu pedazo e´ red, tu bolsa negra, pescao salao, tiradito, tu brazo, tu cruz, tu caleta remendadora, tu sol, también tu mar…”.

El sol del mediodía calienta las calles en este marzo inextinguible. Ciriaco apura el sorbo, la del estribo en La Línea y mientras se guarda un poco de cancha en la talega que le cuelga del hombro izquierdo, saca del bolsillo su trapo rojo que lo acompaña siempre y se pone a torear al mozo discapacitado que atiende las otras mesas, al Cojudito que va y viene con los cebiches y las cervezas heladas que apagan día a día el incendio de las tardes. ¡Ole…!, ¡oleee…! Salimos tarareando la tonadita bobalicona esa que sale de la radiola y que no sé por qué rayos se le acaba pegando a uno, a pesar que se intenta siempre desmarcarse… “¡A Gálvez!, ¡vamos a la Gálvez!, ¡una carrera a la barriada e´ Villa María, a San Pedro, al Acero, vamo´a la baldosa, al panteón de los pobres y de ahí a las fábricas de harina, al muelle, al Modelo, y La Caleta. Una carrera a La Rosada, también, por ley. Yo te voa´ enseñar periodista el corazón de tu ciudad!…”.

En la avenida Gálvez nos ha recibido una congestión de triciclos viejos y carretillas malolientes. Las cholas transpiran lo que no han transpirado una vida en el ande; el sombrero ennegrecido les oculta la mirada, los cabellos -quizá piojosos- y cierto aire de complicidad con quien se acerca a comprar sus plantas, los panes, sus dulces serranos. El auto levanta una nube de polvo sobre los burros atados a las tranqueras del camino, el chofer gramputea y las mujeres con sus llicllas e hijos en la espalda estrenan una mirada irascible hacia el irresponsable conductor. Mientras avanzamos camino al sur de la ciudad, el negro Moncada habla y calla cuando lo considera prudente…

“Tamare, tú habrás escuchado del José María, el taita que se murió en noviembre. Atormentao, pué, habrá querío morirse el profito... Paraba en Santiago e´ Chile, donde una loquera famosa dicen, como será, así ha salido en el periódico; paraba hablando en quechua el profe, tomándole fotos a los perros chuscos en la baldosa, a las chinas potonas que venden chicha en las barriadas, conversaba con la Ojiverde donde el puterío e´ Villa María, apuntaba cojucedes en una libreta, se ponía a chupar con los pescadores en el Gato Negro, en la peña del Cabeza e´ pato, en La Rosada, y seguía, seguía apuntando… Le habrán gustao las cojudeces, pué; habrá querío caminar en las barriadas, no sé… Conmigo habló varias veces en el Modelo, se quedaba mirándome hecho un cojudo; un mal se cura con otro mal, así me dijo el profito una vez. Se murió en noviembre, pobre, ya se lo habrán papeado los gusanos…”.

Hemos llegado a Villa María y las mujeres y los niños se alborotan alrededor del camión de agua que cobra media libra por cada lata. Esteras de carrizo son lo único que puede verse a varios cientos de metros a la redonda. Esteras, banderitas rojas donde venden chicha de jora, la humedad de los pantanos se filtra por debajo de los pisos de tierra en este el espacio más insalubre de la ciudad. “Al mercado, vamo´ al mercado”, señala Ciriaco -motivado- mientras dos niños sin pantalón y descalzos, merodean alrededor del automóvil y de los panes serranos que les hemos traído.

“¡Yo no soy patrón de lancha, señores, tampoco ladrón de aguas de mar y mucho menos Belaúnde, Haya e´ la Torre, mamá de Kennedy, ni autoridad pestilente. Yo, yo mismito, he salido de las aguas de La Florida para fundar con cuatro palos y tres carrizos una nueva pampa. Una chacra más soledad que el billete que sale de a sol pa´ comprar el agua el camión en las barriadas...!, ¡Yo no soy patrón de lancha, porsiacasito, señores, ni ladrón de municipio en terno oscuro. Si me ves por la calle encorbatao es porque me visto así pa´ joderlos a los chuchesusmares: un día e´ comerciante turco, al otro de alcalde o de ministro. Pero hoy, así les joda, yo mismito les voa decir su puta a vida a ustedes respetables que me han venido a escuchar, porque ya no me aguanto de llamarlos cojudos en su puta cara, C-O-J-U-D-O-S, huevas, zonzonazos, eso es lo que eres pecador pescado. No ve que el Belaúnde va a venir en su caballo y con manguera pa´ ponerte el agua, la luz, tu pista, tus jermas… cojudo ni que juera el Belaúnde, no, así que si no lo jodes al gobierno nada te lloverá del cielo, cielito!…Que quede claro, yo mismito lo he jodido al yanqui ladrón de todo menos de mi mar, de mi cerro colorado, mi sol, mi pachamama, mi cascada de agua y mis montañas… Hasta a mi hija le enseñao a joder, a predicar, torerita ya es. Gringos cojudos, go jóm, tamare, pásame el limón para sobarme la mitra que me quema el sol e´ miera que hace en Villa María…”.

Habla, Ciriaco, di la verdad, ¿por qué te computas una especie de iluminado, causa, una huevada así medio moralizadora, una vaina que linda con una especie de Cristo humanizado que predica en el desierto, en la barriada, en este Chimbote que te manya y que nos frustra?… Normal, brother, habla no más, qué va a pasar; así eres pues, así te manyan todos, total: estamos entre patas. Tu trabajas a la locura a la gente, al florencio, pero bien también te manejas un rollo interior que habla por ti, por ese karma y ese street spirit que de a leguas se percibe cuando se te ve latear. Yo no sé pero desde que te veo con ese telefonazo blanco y sarnoso que te encontraste en el basural y que utilizas para hablar y darle consejos en materia económica al presidente, como que te percibimos más cuerdo y no menos humano. Habla, causa, un parcito más; hace calor, hermano, jala tu silla, mañana ya vamos a La Rosada… Habla, Ciriaco, ¿vas?…

La tarde cae en este recodo del camino y el Loco Moncada ha empezado a lagrimear. Se habrá acordado de su hija que no ve hace mucho, habrá lagrimeado por el tiempo en que la cabeza le dio vueltas y ya no le podía enseñar a deletrear; quizá recordó la jirafita y la cabeza de payaso que le dejó pegada en la pared de su pequeña habitación el día soleado en que la mitra le estalló de un canto y se vio de pronto vestido de pescador y más negro que nunca en la playa de La Caleta, soleadazo, bronze, listecito para armar hamacas donde mecer su tormentosa existencia. Habrá reparado quizá en la forma en que vomitan las fábricas de La Florida, habrá querido encontrárselo en la calle al italiano ese que jodió Chimbote, al tacneñito heroico ese –chuchesu- pa´ meterle su combo, su cabe, su par de patadas donde se sienta y que se acomode bien el lompa, pero lejos, bien lejos del mar. Ciriaco llora, llora largo y tendido como esa lluvia que jamás cae sobre la ciudad, mientras una letanía ininteligible se deja escuchar cuando se acomoda la cruz en el hombro izquierdo y se pone de pie, echándose a andar… “Me voy a casa, periodista e´ periódico, al centro torero, torerito guelvo, yo mismito de papel. Mañana me encuentras en el mercao Modelo, habla, vas no más, mañana me toca terno, pantalón oscuro, florcita en el bolsillo y camisa, ¿camisa?… ah, sí, camisa, una camisita que tengo… del color de la libertad…”.

* Tomado de Crónica vida (MCE, 2007), volumen de narrativa de reciente publicación.

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