martes, 24 de julio de 2007

ELOGIO DE LOS NAVEGANTES *




Notas breves sobre el proceso de la literatura en Chimbote

Augusto Rubio Acosta

Contribuir a una comprensión cabal del proceso literario chimbotano, inscribir este objetivo dentro de una doble perspectiva: por un lado examinar y valorar la creación literaria surgida en el puerto ante el telón de fondo de las preocupaciones y problemas históricos de su sociedad; y por otro, ubicar su devenir en el marco de la literatura peruana desde una posición personal que tiene presente el nivel cualitativo y de persistencia en el oficio de sus autores, sin perseguir extenderse en la sistematización del desarrollo literario portuario, es el propósito de las siguientes líneas.

José Martí, notable pensador latinoamericano, señaló que cada estado social trae a su expresión a la literatura, de tal modo, que por las diversas fases de ella pudiera contarse la historia de los pueblos con más verdad que por sus cronicones y sus décadas. Y es que la literatura sirve para potenciar de forma efectiva nuestras raíces y a la vez contribuir a la formación del gusto estético y los conocimientos que conducen al afianzamiento de amplios horizontes culturales y de la denominada identidad que aun nos es esquiva a quienes habitamos el puerto.

Antecedentes

El verdadero estudio de la literatura en el Perú exige el conocimiento de la producción lúdica del interior del país y la negación del centralismo limeño que tanto daño le hace a la cultura peruana. En ese marco, los orígenes del ejercicio literario en Chimbote podrían remontarse a la época prehispánica y/o precolombina, cuando lo que podríamos denominar “cultura moderna” aun era inatisbable en el horizonte del paisaje chimbotano. A fines del siglo XV existía en el Perú una cultura altamente desarrollada como lo testimonian la arqueología y la antropología. A pesar que los lingüistas han agrupado en el país lenguas diferentes anteriores a la llegada de Colón, sólo una correspondió a un grupo étnico de gran desarrollo socio - político y cultural: la inca. Antes, después del 300 a.C. y con la decadencia de la cultura Chavín y su influencia en los valles costeros de la zona central del Perú, surgió la cultura moche o mochica en la costa septentrional de Perú, dando lugar a la construcción de grandes proyectos de regadío, ciudades y templos, desarrollándose un comercio intenso que incluía la exportación de cerámica fina. Los moche representaron su vida cotidiana y sus mitos en pinturas, esculturas y cerámicas; se retrataban como feroces guerreros; ejercieron su influencia en suelo chimbotano y fabricaron también esculturas de cerámica modelada que representaban viviendas con familias, plantas cultivadas, pescadores e incluso parejas de amantes. También eran diestros trabajadores del metal. No podemos descartar entonces, en esa época, la existencia – a pesar que hasta la fecha no se cuenta con información al respecto- de algún tipo de expresión oral (relatos orales), pero no podemos calificarla como literatura si se entiende a esta como medio de expresión artística mediante la palabra escrita; recordemos que no se conocía la escritura sino hasta la llegada de los españoles.
Así, la configuración de la pequeña caleta de pescadores a mediados del siglo XVIII y su estrecha ligazón y dependencia política con el distrito de Santa, constituiría recién el escenario donde empezaría a forjarse la historia moderna de la literatura en Chimbote, dependencia histórica que impediría todo desarrollo social y truncaría las formas lúdicas que seguramente existieron de alguna forma entre los portuarios, pero que jamás llegaron a plasmarse o sobrevivir ante el paso implacable de la historia. La construcción del ferrocarril de Chimbote es un elemento crucial para entender el desarrollo de la futura megaurbe, la institucionalización de la caleta como puerto mayor y el fenómeno migracional registrado del interior de la región hacia la costa, sirve de alguna manera para que de a pocos la literatura que de alguna forma existía en el puerto quiebre la frontera invisible del anonimato y abandone el manuscrito, ejercicio lúdico que seguramente mantuvo ocultos a los creadores de su tiempo.
Recién en 1935 aparece “¡Se viene el carnaval!”, primer impreso de poesía surgido en Chimbote, entrega de un sólo pliego que tenemos a la mano gracias a un hallazgo del poeta Ricardo Ayllón. Su autor, Benigno Araico Baca (Santa, 1919) refirió en vida que el poema fue repartido a manera de volante en Chimbote y escrito a solicitud de la Asociación China. Este hecho y otros -como los poemas inéditos de Lina Gonzáles y Carlos Balta, fechados según el poeta Víctor Alvítez, en 1945 e inicios del sesenta respectivamente- constituyen muestras del origen nebuloso de la literatura en el puerto que seguramente con el paso del tiempo los investigadores desentrañarán para un mejor discernimiento.

El inicio
La abrupta avalancha migratoria acontecida en Chimbote en los años sesenta, el despegue industrial de la pesca y siderurgia, la crisis del campo y los problemas labores y sociales, constituyen el escenario donde aparecen los primeros libros que aperturan oficialmente el proceso literario en el puerto. Julio Ortega publica en 1966 el libro de cuentos “Las islas blancas”, luego se edita en 1968 la Antología Poética del Grupo Literario Perú (GLP), que trae autores como Iván Vásquez, Mario Luna, Hugo Vargas, Julio Bernabé, Pietro Luna, Arsenio Vásquez, entre otros. Cuentos del mundo portuario con cierta técnica todavía en construcción, y poemas surgidos de preferencias clásicas y modernistas unas, y experimentales otras, pero sin mayor conocimiento académico, con marcada ausencia de rigor, obedientes únicamente a la voluntad del autodidactismo urgido de acercarse –en el caso del GLP- a los estratos más diversos de la sociedad de su tiempo: los sindicatos, las fábricas, los pueblos jóvenes y las verbenas populares. Eran tiempos muy duros para el trabajo cultural.
En los sesentas nace también otro colectivo artístico: el Núcleo de Escritores y Poetas Radicales (NEPER) que desarrolló intensa actividad teatral, de difusión literaria y cultural. En 1969 entra en circulación la revista Alborada / Creación & Análisis, fundada por Óscar Colchado, Wilfredo Cornejo y otros estudiantes en la Escuela Normal Indoamérica, clara señal de que en Chimbote se abrazó el trabajo colectivo como arma edificante de un proceso primigenio en construcción.

Los setentas

Los años setenta estallan con la violenta irrupción en la literatura nacional, desde las aulas de la Universidad Villarreal, en la avenida La Colmena, de Lima, del Movimiento Hora Zero, que desde sus inicios contó con el aporte del poeta chimbotano Mario Luna. Hora Zero y su proyecto literario descentralizador y anticanónico buscará extenderse en las provincias, siendo Luna el encargado de “absorber” al GLP para formar el brazo horazeriano en Chimbote, junto a Enrique Cam –poeta de origen chino y con gran perspectiva que lamentablemente no pudo editar libro alguno-, José y Lina Gonzáles, Pietro Luna, Miguel Rodríguez, Hugo Vargas y Julio Bernabé, aventura que se mostró en determinado momento como la más activa y nutrida del movimiento horazeriano al interior del país.
En 1970, Julio Ortega publica “Mediodía”, su primera novela. El año siguiente, Editorial Sudamericana, de Buenos Aires, publicará la novela trunca y póstuma del escritor andahuaylino José María Arguedas: “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, desaparecido dos años antes de un balazo en la boca en la Universidad La Molina; libro imprescindible para entender el proceso social, de transculturización y etnográfico de Chimbote, así como el mundo psicológico y de angustia existencial de su autor. En este decenio se publicará el primer libro de Óscar Colchado: la novela “Tarde de toros”; su primer poemario “Aurora tenaz”; y el único libro de cuentos de la década: “El trino de Lulú”, de Maynor Freyre, narrador limeño afincado temporalmente en el tráfago laboral de Chimbote. Escrito en 1973, “El trino…” está plagado de un lenguaje coloquial propio de la poética imperante de su tiempo. Otro libro-poema importante de este tiempo es “Poema para mis treinta años”, del horazeriano Mario Luna. No podemos obviar que en 1977 Colchado funda, dada la necesidad de impulsar a mayor escala la revista “Alborada”, el mayor colectivo literario y cultural de la historia del puerto: el Grupo de Literatura Isla Blanca, vigente actualmente luego de 30 años de trabajo ininterrumpido.

Los años ochenta
La nueva década se abre con una crónica novelada denominada por su autor, el escritor limeño Guillermo Thorndike: “El caso Banchero”, extensa obra narrativa de corte policial que recrea el asesinato del más grande empresario y depredador del mar peruano y chimbotano: Luis Banchero Rossi. Otro libro indispensable de estos años es “Del mar a la ciudad”, de Óscar Colchado, cuentos de profunda raigambre social y fino manejo estético que trae también el aire real-maravilloso que ha hecho tan famoso a su autor. De ese mismo año es “Los reclutas”, de Pietro Luna, cuentos de escaso nivel cualitativo que tienen como referente la relación ande-costa tan frecuente en el espacio geográfico porteño. Esta década será testigo de los grandes premios literarios obtenidos por Colchado, de su fervor editorial y de empuje al frente de “Alborada” y de “Isla Blanca”. Libros como “Tras las huellas de Lucero”, “Cordillera Negra”, “Cholito en los andes mágicos”, entre otros, le otorgarán a su autor la consagración nacional e internacional. En estos años se registra también el trabajo del naciente Grupo Literario “Creación” que edita una revista regularmente y una antología literaria que reúne a un conjunto de trabajadores de la palabra naturales de la zona. En 1985, Lluvia Editores publica el libro de cuentos de Antonio Salinas “El bagre partido”, conjunto de reminiscencias sociales en cuanto a su temática y logrado lenguaje. Del mismo modo se edita “Huerequeque y otros cuentos”, de Rogelio Peralta (1985) y “Abriendo la puerta” de Enrique Tamay, el primero carente de mayores recursos narrativos, y el segundo, con características peculiares de la literatura latinoamericana de su tiempo: el realismo mágico y sus variantes. En poesía se publica uno de los libros más importantes de Dante Lecca “Diálogo con un orfebre”, “Porque confío en el mañana”, de Marco Cueva, “Patio de prisión”, de Jaime Guzmán, “Sintonía del alba”, de Félix Ruiz, “Confesiones de mantícora”, de Gonzalo Pantigoso, entre otros tantos títulos de escritores portuarios en constante ejercicio y evolución. En 1988 Río Santa Editores, la mayor propuesta editorial en Chimbote a través de su historia, edita su primer título: “Antología Poética de Isla Blanca”, trabajos reunidos por el antes citado Pantigoso.

Los explosivos noventa
Los años noventa sirven para que la literatura en Chimbote alcance niveles de producción antes insospechados. Irrumpen en este decenio novelas desiguales como “El retorno” (1992) de Víctor Unyén, “Aroma”, de Víctor Sagástegui (1997) y “El puma habita en el alcanfor” (1999), de Marco Leclere. En esta década, el crítico liberteño Saniel Lozano lanza a circulación un libro por mucho años referente del trabajo escritural en Chimbote: “El rostro de la brisa” (1992). Óscar Colchado edita en esos años dos de sus más logradas novelas: “Viva Luis Pardo” (1996) y “Rosa Cuchillo” (1997). Julio Orbegoso lanza tres libros (1990-1993-1997) con cuentos de un lenguaje y nivel cuestionables, pero atendibles en cuanto a su temática marginal. Félix Ruiz edita el libro de narrativa breve “El anciano y la serpiente” (1994), enmarcado en la temática infantil; Marco Merry, un escritor preocupado por la temática regionalista, pero de un evidente afán de beneficio editorial, entrega Memorias de un campanero (1994) y otro volumen de narrativa tres años después; Marco Cueva publica sus cuentos en “Sobre el arenal” (1995), Gonzalo Pantigoso antologa a los mejores cuentistas portuarios del momento en la primera edición de “Cuentos del último navegante” (1994) y Dante Lecca debuta en la narrativa breve con “Sábado chico” y “Señora del mar”. La poesía se fortalece en esta década con la aparición de los poemarios “Caliarena”, de Brander Alayo -quien también inicia su trabajo con los talleres de poesía y narrativa breve a nivel escolar que lo llevan a publicar más de una decena de “Poecuentos”, importante contribución a la literatura infantil- ; “Piel dispersa”, de Dante Lecca; “Almacén de invierno” (1996) y “Des/nudos” (1998), de Ricardo Ayllón; “Metamorfoseo orgásmico” y Cantos de castor”, de Antonio Sarmiento, aparecidos en 1994 y 1999 respectivamente; la colección de poemas de Fernando Cueto, editada por la pujante Río Santa Editores en 1997: “Labra palabra”; “Cuaderno de interrogantes”, de Enrique Tamay y “El polen de los helicópteros” (1998), el poemario más representativo de Nelson Ramírez. No podemos soslayar el trabajo poético y de promoción cultural de Víctor Alvítez, quien entrega poemas en “Huesos musicales” y “Confesiones de un pelícano e inventario de palmeras”, en 1995 y 1998, respectivamente, así como el esfuerzo de autores para nada deleznables que hacen de esta década sumamente productiva, pero que no editaron libro alguno y mantuvieron su producción dispersa en revistas. De los noventa es también el trabajo editorial del colectivo “Bellamar”, que editó una buen cantidad de revistas del mismo nombre hasta finales de los noventa, la revista “Altamar”, dirigida por Jaime Guzmán que batió todos los records editoriales en el puerto, “Brisas”, un efímero grupo literario estudiantil, “El universalismo”, movimiento cultural que editó algunas revistas en su momento, y “Trincheras”, colectivo conformado por estudiantes de la Universidad Nacional del Santa que hicieron lo propio con su órgano de difusión literario. A finales de esta década aparece “Monólogos para Leonardo”, conjunto de crónicas de Ricardo Ayllón, quien también reunió en los noventa las crónicas de Antonio Salinas publicadas en revistas, editando “Embarcarse en la nostalgia”.

Letras del nuevo siglo
El nuevo siglo encuentra a Chimbote en una situación expectante en cuanto a su literatura. En los últimos tiempos han entrado a circulación libros importantes que marcan una evolución marcada en todos los géneros literarios. Así, las mujeres del puerto se decidieron a publicar sus primeros libros de poesía y lo hicieron con no poca calidad: Denisse Vega entregó “Euritmia” (2005), Eva Velásquez hizo lo propio con “Oleaje de mujer” (2005) y Patricia Colchado publicó “Blumen” a finales de 2004 lo que no quiere decir que sean las únicas en Chimbote en constante brega con la palabra. Ese mismo año aparece también una novela histórica escrita por Francisco Vásquez León: “Anco el guerrero”, quien acaba de entregar también su último trabajo novelesco: “Juno” (2006). Otras novelas surgidas son “Leyenda del padre”(2001), de Miguel Rodríguez Liñán, “Llora corazón”, de Fernando Cueto, y “Cuando cayó la noche”, de Víctor Sagástegui (2006). La antología “Cuentos del último navegante” de Gonzalo Pantigoso fue actualizada y renovada en más del 50 por ciento de su contenido, lanzándose la quinta edición del citado libro (Marea Cultural Editores, 2006). Ricardo Ayllón entregó en dos ediciones (2002 y 2004) “Navegar en la lluvia. Antología del cuento ancashino”, contribuyendo de esa manera al proceso literario desde una perspectiva regional. En 2001 apareció el libro de cuentos póstumo de Antonio Salinas “Verdenegro alucinado moscón” (2000) y también el de Rogelio Peralta: “Anchoveta de oro” (2001). Al año siguiente Leonidas Delgado edita sus primeros cuentos en “Viajero del tiempo”, el presente año apareció su segundo libro de narrativa breve titulado “Espina de pitahaya”. En este siglo apareció una novela distinta a las anteriores, un libro que ha marcado a quienes lo han leído y que habla de la destrucción del hábitat portuario y la recuperación de nuestras raíces: “Alejandro y los pescadores de Tancay” (2004), escrita por Braulio Muñoz. La leyenda no ha estado ausente es estos últimos tiempos y el libro “Leyendas de mar y arena”, de Rosa Leython, pude dar fe de ello. La narrativa se ha renovado a partir de la publicación del libro colectivo “Invención de la bahía” (2004) que trajo a cinco narradores chimbotanos, entre estos a “los nuevos” Ricardo Ayllón, Gustavo Tapia, Enrique Tamay, Ítalo Morales y Augusto Rubio. Precisamente Morales entregó también en 2003 “El aullar de las hormigas”, inaugurando el microcuento en Chimbote, el autor ha publicado también “Camino a los extramuros” (2005) y “El cielo desleído” (2006) y se ha convertido en importante referente del género junto a otros autores. Rubio por su parte ha entregado sus cuentos y crónicas en “Avenida indiferencia” (1era edición 2005 y 2da edición 2006) y el poemario “Inventario de iras y sueños” (2005); mientras que “El bautizo de los pescados” (2005), cuentos de Gustavo Tapia, ha contribuido a consolidar la tradición narrativa en Chimbote. La poesía no se quedó atrás en estos años, pues Jorge Hidalgo publicó “La influencia del chilcano de guinda en la sístole cardiaca” (2001), aparecieron los poemas de “Hablar de los caminos”, de Dante Lecca (2002), “Cadastro” (2002), de Miguel Rodríguez Liñán, “En la otra orilla”, de Jaime Guzmán, Roger Tang editó “Elogios del geranio” (2003), Juan Lucano publicó “Rosas negras” (2005), Ricardo Ayllón entregó el importante “A la sombra de todos los espejos” (2004), así como Antonio Sarmiento hizo lo propio con “El junco y la tormenta” el mismo año, y Jhon López entregó “Inicio del mundo” en 2006. Otro de los poetas nuevos y antiguo actor de teatro es Jorge Qwistgaard, autor de “La historia con sus patas de caballo” (2006). Una antología importante es la que apareció en 2005: “Tiempo de pesca” del Grupo de Literatura Isla Blanca, recogió lo mejor del trabajo cuentístico lanzando nuevas promesas del trabajo narrativo breve: Norma Jiménez y Jymn Muñoz. El crítico Gonzalo Pantigoso lanzó en 2006 dos libros: la colección de poemas “Atahar”, y el de cuentos “Lindero prohibido”. Este año encuentra –después de una agitada escena revisteril los primeros años del nuevo siglo: “Puerto de oro”, “Tinta libre”y otras- sólo dos revistas activas en el panorama literario chimbotano: “Mundo Cachina” –con su edición Nº 6 a punto de aparecer- y la legendaria “Alborada”, a punto de publicar su edición 28 dedicada a la violencia política, se mantienen en la brega, una lucha constante por instaurar definitivamente una tradición literaria en el puerto que cada día es más luz, más realidad y más verdad.

Juan Ojeda: Al borde del abismo


Heredero del romanticismo interior, del simbolismo más “iluminado” y de las prolongaciones de este en el expresionismo alemán, Juan Ojeda, la voz poética más elevada producida en Chimbote, nació en el puerto el 27 de marzo de 1944. Después de concluir la secundaria en el Colegio San Pedro, estudió pintura y escultura en la Escuela Superior de Bellas Artes de Lima, y Filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Poeta de excepcional e intensa capacidad lírica, se sumergió desde muy joven en la tradición hermética, órfica, visionaria y alquímica, sin dejar de lado la dimensión histórica y social de condena al orden establecido y de invitación a la conquista de las utopías con que soñaban los jóvenes de la generación del sesenta, tan influenciados por los cambios radicales y revolucionarios de la época.

En la poesía de Ojeda no se siente la división entre poesía “pura” y “social”. El modelo expresivo que propone se nutre de la “modernidad” francesa, hispánica, italiana, alemana, además de la poesía china, japonesa y de origen musulmán. Sus poemas se hunden en los ritos de Hermes, en reminiscencias de una vida atormentada y plagada de infortunios, en la pugna órfica con el caos, la muerte, y en lecturas y citas abrumadoras de poetas de signo trágico.

Ojeda publicó en vida la elegía Ardiente sombra (1963) dedicada al poeta Javier Heraud, asesinado en el río Madre de Dios. En 1966, el II Concurso “El Poeta Joven del Perú” organizado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, le otorgó la primera mención honrosa por Elogio de los navegantes, publicado ese año. De 1970 es Recital, y de 1972 Eleusis, editado por Gárgola, Colección de Poesía.

Juan Ojeda se arrojó bajo las ruedas de un auto en la cuadra 23 de la avenida Arequipa, en Lima, la madrugada del 11 de noviembre e 1974. Tenía 30 años cuando murió y era un poeta de verdad. El vate dejó una huella, un espíritu, una actitud y una influencia notoria en las generaciones de creadores peruanos posteriores. A cambio recibió el olvido casi total, absoluto y miserable que el Estado peruano otorga a sus mejores hijos. En 1986 apareció póstumamente editado por Runakay, su obra poética máxima Arte de navegar. En 1997 se publicó la plaqueta Epístola dialéctica, y en 2001 Cronopia publicó una edición ampliada de su libro principal. Han pasado 32 años de la partida de Juan Ojeda y dada su condición de “autor de culto” muy poca gente ha leído sus libros o visitado el pabellón Santa Carmen, nicho 55-A del cementerio El Ángel, donde descansan sus restos. ¿Será que como en su Crónica de Boecio “… nada queda ya sobre la tierra / que hayas odiado con cierta humillación / la dorada máscara / que repite el esplendor de aburridos gestos / aprendidos, sin duda, para consolarnos / y no hay consolación /…”?, ¿se trata acaso del exilio?...

“Isla Blanca”: 30 años mar adentro

Fundado el 9 de febrero de 1977 en el restaurant Venecia, de la tradicional avenida Bolognesi, en Chimbote, el grupo de literatura “Isla Blanca” constituye a lo largo de sus casi treinta años de vigencia en el panorama literario chimbotano y nacional, la más seria propuesta de trabajo colectivo y el mayor ejemplo de perseverancia en la historia del puerto. Hablar de “Isla Blanca” es remitirnos insoslayablemente a la revista “Alborada”, medio de difusión cultural que el escritor Óscar Colchado instituyera en 1969 en el entonces único centro de enseñanza superior de Chimbote: la hoy desaparecida Escuela Normal Superior Indoamèrica. Colchado y otros estudiantes fundaron “Alborada” imbuidos del revolucionario momento cultural y social que se vivía en Chimbote (boom pesquero, migratorio y siderúrgico, la transformación de la urbe en la más grande barriada del Perú con sus obvias consecuencias), además de los cambios registrados en América y el mundo; la revista es el punto de partida, el caldo de cultivo propicio para el nacimiento del grupo literario representativo de Chimbote.
En junio de 1977 la edición número ocho de la revista “Alborada” da cuenta en sus páginas del nacimiento de “Isla Blanca”: “Bajo el clima tropical de verano de l977, matizado con las frescas brisas del mar chimbotano, nace una agrupación cultural auténticamente popular que ama la literatura, la poesía y toda creación artística que exprese la realidad integral de este gigantesco puerto que supera ya los trescientos mil habitantes. (…) Pretende así el Grupo constituirse en la expresión genuina y auténtica de la cultura y arte chimbotanos. Tiene así mismo la intención de bregar por la creación y difusión de la poesía, el teatro y la literatura en sí, a través de recitales, exposiciones, fórums, conversatorios y círculos de estudio. Otra de las miras de la referida agrupación es la de estimular la creación literaria en la juventud y la clase proletaria, forjadora de la riqueza y de la producción nacional. La poesía que cultivan es de avanzada y de corte hondamente social. (…) Se espera que en el transcurso de una temporada a otra se logre contar con un equipo muy dinámico de poetas y compositores que den a Chimbote una fisonomía cultural propia…”.
Hasta ese año “Alborada” había entregado en su formato oficio y editado a mimeógrafo varios números con trabajos inéditos de altísima calidad escritos por reconocidos creadores y pensadores peruanos: cartas inéditas de José María Arguedas; trabajos de Juan Ojeda, Wilfredo Kapsoli, Francois Bourricaud, Cecilia Bustamante, Sonia Luz Carrillo, Rosa Cerna Guardia, Marcos Yauri, Maynor Freyre, Román Obregón, Gustavo Armijos, Jesús Cabel, Juan Félix Cortez; poesía de “Hora Zero”; entre otros autores. A partir de los siguientes números (un total de 26 ediciones hasta la actualidad) se incorporaron mayoritariamente trabajos de autores chimbotanos orientados a la investigación y el goce estético, se percibe también el compromiso ideológico de los integrantes del Grupo y se instauran temas específicos en cada edición de la revista.
“Isla Blanca” ha priorizado desde su nacimiento el trabajo creativo de sus integrantes, el pensamiento crítico y la relación intrínseca del trabajo cultural con el desarrollo popular. Muchos escritores que han llegado a sus filas, han crecido con el tiempo y desarrollado enormemente su talento escritural. Sus miembros han publicado la mayoría y más importante cantidad de libros de cuento, poesía, ensayo, revistas y antologías producidas en Chimbote, la región y la zona norte del país. Numerosas estudios y publicaciones nacionales de literatura se han ocupado de su trabajo y editado antologías poéticas a lo largo de las tres décadas que les ha tocado vivir. Sus integrantes han participado de innumerables recitales y encuentros de escritores regionales y nacionales; los escritores de ”Isla Blanca” han sido merecedores de innumerables premios nacionales e internacionales de literatura, educación y periodismo, han difundido permanentemente sus trabajos en revistas de otros ámbitos, participado de un intercambio permanente de publicaciones del Perú y el extranjero, así como realizado talleres de poesía y estudiado la literatura peruana. En octubre del presente año “Isla Blanca” organizó en Chimbote el V Encuentro Nacional de Escritores “Manuel Jesús Baquerizo”, evento cumbre de las letras peruanas realizado en el puerto, hecho sintomático que muestra la vigencia y la trascendencia de este grupo literario.
Por esta institución de la cultura chimbotana han pasado muchos poetas, narradores, ensayistas y trabajadores culturales en las tres épocas claramente definidas que le ha tocado vivir, siendo los más representativos su fundador Oscar Colchado, Wilfredo Cornejo, Hugo Romero, Marco Cueva, Gonzalo Pantigoso, Miguel Rodríguez, Pietro Luna, Víctor Plasencia, Félix Ruiz, Jaime Guzmán, el pintor Julio de Castilla «Salamandra», Antonio Salinas, Pedro Rodríguez, Leonidas Delgado, Dante Lecca, Brander Alayo, Enrique Tamay, Gloria Díaz, Carmen Mimbela, Medalit Escalante, Lucy Eustaquio, Norma Jiménez, Francisco Vásquez Carrillo, Jhon López y Augusto Rubio Acosta. A 30 años de su fundación, remando mar adentro por la instauración de una conciencia literaria en el país y con una nueva generación de creadores portuarios, continúan aun vigentes las palabras que los fundadores del Grupo publicaron en el manifiesto “Palabras desde el lomo de la isla” de 1977: “Nuestros versos tienen aroma de algas, consistencia de roca, fuerza de viento, de ola rugiente, de mar embravecido. Queremos que nuestra voz llegue a las caletas dormidas en el tiempo, a los villorrios de tierra adentro, a las calles despobladas de alegría de las barriadas costeras, los caseríos de piedra del Ande, los bohíos de palma del llano amazónico, donde viven nuestros hermanos (…) Somos la conciencia de un pueblo que despierta y dirige sus pasos a la liberación final. Definitiva. Eso es lo que escribiremos. Lo que cantaremos”.

Bibliografía

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18.- SÁNCHEZ LIHÓN, Danilo. Trompeta del juicio final. Razón y pasión de Juan Ojeda. Inlec, Lima, 1999
19.- TORO MONTALVO, César. Grandes obras maestras. Literatura Peruana. Tomo IV. San Marcos, Lima, 2005

* Tomado del Libro del Centenario de Chimbote, editado por la Comisión Pro Centenario de Chimbote. Diciembre de 2006.

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