domingo, 22 de julio de 2007

DE CÓMO ALCANZAR LA LIBERTAD *





Augusto Rubio Acosta

Conozco a la Tía Sara de la bronca al costado del estadio, de la mañana en que mechamos a patadas y pedradas a la poli, y terminamos defecando en el portatropas policial debido a los inefables efectos de las bombas diarreicas que por ese tiempo arrojaba la tombería. Conozco a Sara de los años en que el sindicato era el sindicato: una turba de radicales que no detenían ante nada y tomaban la planta siderúrgica cuando mejor les parecía con tal de hacer valer nuestros derechos y alcanzar la libertad.

¿Recuerdas la mañana en que apareció en el barrio, cuando todos la miraban y hasta se acercaban los curiosos a cirearla?... Zoila llegó muchacha, se bajó de un ómnibus vetusto que decía “Trujillo” en letras luminosas, escupió en la avenida Gálvez, tomó su caldo e´cabeza en los agachados de El Progreso, y de ahí se fue directo a la casa del sargento, a su nueva chamba de doméstica en el puerto. Sí, era delgada, hasta buena moza se le veía. Después conoció a las chicas esas que llegaban al barrio y la terminaron inquietando: se fue a trabajar en las picanterías y cebicherías del centro de la ciudad, donde acabó conociendo a los pescadores e involucrándose en su lucha.

“Yo nací en Barrios Altos (barrio guapo y goleador) hace setentaiún años. A los diecisiete me largué a Trujillo con una amiga porque quería ser libre, no me gustó el colegio y entonces decidí abandonarlo en primero de primaria. Cojudeces, a mí me llegó altamente estudiar... Yo no he necesitado ser estudiosa pa´ ganarme la vida; para esto (la lucha social y popular) no se necesita escuela ni universidad, yo soy Zoila Valdivia Paz, para servirte”… La voz de la Tía Sara se mezcla con el estruendo callejero de combis, colectivos, tricicleros, ambulantes y el infierno entero en las afueras del Sindicato de Obreros de Siderperú. Hemos venido a entrevistarla y ella se ha mostrado amable, será por el tiempo que nos conocemos, por la confianza que tácitamente nos tenemos, será porque aún recuerda lo del portatropas policial o “comancar”, que ahora le dicen.

La Tía Sara era jodida, pícara, jodidaza. Ni bien llegó a Chimbote se vinculó al mundo de los pescadores, como te venía diciendo. Paraba chupando y bailando en las picanterías y las juergas que por ese tiempo hacían reventar la ciudad con su humo naranja frente al barrio obrero y las enormes columnas de humo tóxico que vomitaban La Florida y el 27 de Octubre. Había billete, harta plata y los pescadores se limpiaban el trasero con los fajos de dinero en los bares del puerto. No había día en que no se pescara miles de toneladas de anchoveta, y la bonanza le hacía crecer las nalgas a las chicas de pueblo en la ciudad y el ego en el pecho y el bolsillo a los rudos hombres de mar.

Seguro tú recuerdas la primera huelga a la cual se incorporó, cuando llegó a casa y golpeó la puerta para intentar llevarnos a la asamblea... La Tía Sara preparaba la comida durante la olla común, durante las ollas comunes y las huelgas que de ahí en adelante organizarían los diferentes gremios laborales: los trabajadores del Sindicato del Agua Potable, de Pescaperú, los del Sutep, Fesideta y finalmente los obreros de Sider donde terminaría encariñándose... Sí, no había marcha y desborde popular donde no estuviera presente para repartir volantes, hacer pancartas y lanzar arengas entre la masa, para carajear, gramputear y patear bombas lacrimógenas contra quienes representaran el sistema caduco y opresor de los trabajadores.

“La tombería me fracturó la columna la vez que tumbaron la puerta del sindicato y me tuve que aventar del segundo piso para que no me capturen. Un guardia me fracturó las costillas y la clavícula de los golpes que me dio con un palo. También he sufrido la fractura de las dos piernas… Como ven, son las consecuencias de la lucha por los derechos del pueblo, por gritar, reclamar, exigir, enfrentarse al poder, a la injusticia. Cuántas veces he mechado a la poli, uhhh… si hasta les he hecho corralito”, cuenta la Tía, mientras critica a las mujeres que han vivido de espaldas a la lucha popular, a las “amarillas” que ella misma ha correteado y arrojado pintura “para que aprendan a ser bien hembras” y observamos sus uñas mal pintadas y carcomidas por hongos o por su sencilla senilidad.

La Tía vivió buen tiempo en El Progreso, en casa de unos familiares. Después que quemó sus baterías y pagó su derecho de piso en las violentas protestas de los gremios laborales de la ciudad, el Sindicato de Obreros de Siderperú la llamó para que se haga cargo de la cocina, asignándole un sueldo básico y entregándole un pequeño espacio que le sirve de casa-dormitorio junto a la puerta principal de su local central. “La Sarandonga”, empezaron a llamarla. La canción de “Los Compadres” le había pegado una chapa singular a sus años intensamente vividos, y a ella no le incomodó. Son más de treinta años peleando en las calles por los aumentos de sueldo, por el respeto a los derechos de los trabajadores, por Chinecas, por la Ley Chimbote, por la Universidad Nacional del Santa y por decenas de despidos arbitrarios. Son cientos de marchas las realizadas, cientos de arengas, gargantas rojas, y miles de ajos y culebras contra los tombos, milicos, gerentes siderúrgicos y dictadorzuelos que se le han puesto al frente, los que han salido de los labios y los brazos enhiestos de Sara, cuando de luchar por sus ideales se trata.

¿Recuerdas cuando la vimos revolcarse en una protesta ante el Poder Judicial, cuando se desnudó en una huelga de profesores y en la televisión un periodista despistado señaló que una maestra jubilada había hecho nudismo en una marcha de la avenida Gálvez?… Ahora que la veo bien, como que los años ya han empezado a hacer estragos en su rostro fiero y a la vez dócil, en su pinta de dueña del sindicato y en su calidad de mujer en todo el sentido de la palabra. ¿Hijos?…, una vez contó que tenía dos hijos, supongo que el tatuaje que lleva en el brazo derecho se lo ha hecho para perpetuar el nombre de sus vástagos. Supongo, digo, habrá que preguntarle…

“Sí, estuve casada… me casé y tuve a mi Juanita (que vive en Lima) y mi Jorge Luis que trabaja aquí en El Progreso. Mi esposo falleció hace años y como que me he acostumbrado a vivir sola… Yo les he gritado su vida a todos los gerentes de Sider, a los presidentes regionales, a los alcaldes y a todas las autoridades hipócritas que se han olvidado de sus promesas, de las necesidades del pueblo y que conchudamente viven de nosotros… Antes los gobiernos no querían que las mujeres gritemos, que reclamemos, calladitas querían que estemos. Yo nunca me he callado y hasta mi muerte voy a defender a los trabajadores. Será porque yo no vivo de los gerentes ni de esa gente de arriba que se la lleva de bajada y mucho menos de esos izquierdistas que se pasaron a cierto partido en las últimas elecciones, que yo no le temo a nada… La nueva dirigencia del sindicato me ha prometido una casita detrás del estadio, allá me iré -joven- aunque la verdad este será siempre mi hogar”, afirma Sara, mientras un grupo de obreros ingresan al local sindical (asamblea en ciernes) y ya tenemos que irnos.

Ojalá la mayoría de mujeres chimbotanas tuvieran el coraje de enfrentarse a su destino, -pensamos- ojalá tuvieran la sensibilidad social y la necesidad de libertad a flor de piel. Ojalá hubieran Saras en cada empresa, en cada barrio, en cada comunidad, en cada ministerio, para hacer del país un Perú distinto… Hace calor en la avenida, si no tuviera que hacer le hubiéramos invitado una chela a nuestra septuagenaria interlocutora y nos lo hubiera aceptado gustosa. Nos alejamos pensando en los tiempos idos, en los años del dorado portuario, la época de los sindicatos invencibles y el fervor popular en este puente que ahora atravesamos a pie camino al centro, mientras el soldado desconocido nos mira -todo verde, ridículo y tieso- como queriendo venir con nosotros y olvidarse del caos. “Volveremos Tía Sara, no lo dude. Nos veremos en la marcha, -qué más le podríamos decir, dónde más la podríamos ver- en el próximo paro regional o en una nueva mañana soleada como esta en que nos ha bastado conversar contigo, reír, recordar (tomarnos una sórdida chela al paso en El Progre, camino al periódico), para alcanzar la libertad”.

(*) Crónica ganadora del Concurso Nacional de Periodismo 2007 organizado por el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social.

1 comentario:

  1. Hola
    Leí tu escrito sobre Sara la Sarandonga, me parece excelente. Escuché su historia hace casí diez años,me lo contó una amiga y desde entonces he qedado súper intrigado por saber más, lamentablemente en mis primeras búsquedas no hallé nada, sólo algo escrito por Velezmoro, un escritor chimbotano, luego abandoné la búsqueda hasta el día de hoy, y me doy con la grata sorpresa de hallar tu escrito. Felicitaciones por ello y gracias.

    Ernesto Sánchez

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